Viernes, 07 de Noviembre 2025, 10:40h
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Hay quien, a falta de saber hacer otra cosa mejor con el tiempo, decide perderlo. Hay, también, quienes andan pendientes de tantas cosas a la vez que han olvidado que el tiempo a veces hay que detenerlo para tomar aliento y conciencia de dónde está uno y adónde va, si es que va a alguna parte. Hay, y esto no debería dejar de asombrarnos, aunque seamos nosotros mismos, quienes viven desde hace décadas en un tiempo –una hora– que no es el suyo –la suya–, porque así le convino o le plugo a un dictador cuyo medio siglo de inexistencia se conmemora con fastos de triunfo, aunque la extinción física de un hombre sea hecho inexorable y sólo achacable a su naturaleza. Y hay, en fin, quienes ya no tienen tiempo –ni ganas– para atender nuestras llamadas, aunque dicen servirnos. Cuánta paradoja junta.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Los 'niños terraza'
Seis de la tarde, botellines en la mesa del bar, debajo de casa. «¿Otra?», decía uno, en espera de una confirmación casi segura. A su alrededor, un puñado de niños de entre tres y ocho años se distraía subiendo y bajando de las sillas o encima de sus madres; los mayores merodeaban cerca. Dos horas después, ahí seguían los botellines, en una mesa más rebosante, y los niños caían rendidos móvil en mano. «Ahí los tienes, los niños terraza», le dije a mi marido. Qué nos falta para llenar nuestras horas de ocio postrados en una silla mientras los tonos de voz suben, el hielo se derrite y nuestro tiempo libre acaba en tiempo muerto. No es crítica a las terrazas, sino a un ocio que, vacío de contenido, tiende más a repetirse. Deberíamos preguntarnos por qué.
Yolanda L. M. R. Zaragoza
La sociedad de la información
Vivimos sobreinformados, alimentados por redes que buscan un estímulo fácil y adictivo. Byung-Chul Han, reciente Premio Princesa de Asturias, reflexiona en sus ensayos sobre cómo una sociedad hiperconectada, obsesionada con la productividad y carente de contemplación acaba sumida en el cansancio, la ansiedad y la soledad. Y vacía de comunicación y reflexión profunda. ¿Estamos perdiendo la capacidad de detenernos y reflexionar? ¿De contemplar? ¿De conocernos y avanzar? Una sociedad que no frena, no contempla y no reflexiona... difícilmente progresa. Quizá el desafío no sea producir más ni consumir mejor, sino aprender a detenernos. A recuperar el silencio, la atención frente a la distracción y la profundidad frente a la inmediatez. Solo así podremos reconectar con nosotros mismos, los demás y el sentido de lo que hacemos.
Luis Colell. Madrid
Y vuelta la burra al trigo
Dos veces al año, el mismo temita: que si prefiero el de verano, que si yo el de invierno. Y qué mejor para nuestro Gobierno que llevar a Europa la propuesta de eliminar los cambios horarios, que son, esta vez sí, culpa de Franco, que adelantó, por simpatía hacia Hitler, el horario de España una hora por «la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos, y las ventajas de diversos órdenes que el adelanto temporal (sí, dice temporal) de la hora trae consigo», según dice la Orden de 7 de marzo de 1940. Esto nos hace vivir en un desfase que nos lleva a compartir horario con Varsovia y no con Lisboa o Londres, con quienes deberíamos. Animo así al Gobierno, tan dado a eliminar todo rastro del franquismo, a que aplique el artículo cinco de la orden: «Oportunamente se señalará la fecha en que haya de restablecerse la hora normal». Y ya si eso hablamos luego de los dos cambios anuales con el resto de Europa. ¡Venga, chavalotes, que solo han pasado 85 años!
Carlota G. T. Correo electrónico
La prensa y la ética
Pocas veces el llamado cuarto poder se ha visto abocado a una incumbencia tan capital, afrontando desafíos poliédricos y haciendo equilibrios en ocasiones entre lo que la moral dicta y lo que la línea editorial demanda. Hoy es más exigible que nunca la búsqueda de una verdad confrontada y carente de sesgos, privando así de pábulo al titular de saldo y al clickbait, responsables directos de un trincherismo social efervescente y bullanguero. Urge priorizar el humanismo al posicionamiento ideológico; nombrar, con firmeza, las cosas por su nombre y señalar la tibieza y la equidistancia, que no hacen más que soslayar barbaries. Un periodismo, en fin, más responsable, ético y transparente que atempere una espiral polarizante que se antoja el canario en la mina de una violencia política que atisbamos, atónitos, en otras latitudes.
Alejandro López Menduiña. Pontevedra
Economía real
Según datos oficiales y estimaciones recientes, en 2025 España cuenta con unas 3.340.000 empresas activas, todavía por debajo de las 3.404.000 que existían en 2020. Cinco años después, seguimos con una pérdida neta de alrededor de 64.000 empresas. Esta caída no es un simple ajuste estadístico: refleja una fragilidad estructural de nuestro tejido productivo, con consecuencias directas sobre el empleo, la innovación y la competitividad. Mientras los grandes indicadores macroeconómicos ofrecen señales de recuperación, la realidad empresarial muestra que la economía cotidiana —la que sostienen autónomos, pymes y emprendedores— continúa sufriendo. Se habla mucho del paro, de la inflación o de la inmigración. Pero ¿quién habla del descenso en el número de empresas? Sin ellas, no hay empleo, ni vivienda, ni crecimiento, ni demografía, ni futuro. Si informamos con detalle del desempleo cada mes, ¿por qué no hacerlo también sobre el número de empresas activas? Conocer la salud de nuestro tejido empresarial es esencial para entender la economía real y orientar mejor las políticas públicas.
Pedro Marín Usón. Zaragoza
La generación pacifista
Me sorprende una generación capaz de incendiar contenedores por un conflicto bélico lejano –aunque sea legítimo– y no de movilizarse por sus derechos. Vuestros abuelos, mis abuelos, lo tuvieron más difícil: levantaron un país en ruinas, algunos de ellos corrieron delante de los grises y fueron señalados por sus ideas, no fue para ellos gratis, algunos dieron su vida por un país mejor, en jornadas de sol a sol. Los que vinimos después, continuamos reivindicando esos derechos, no solo poder vivir con dignidad, sino que vosotros tuvierais mejores condiciones que nosotros, que no carecierais de oportunidades, de medios, de estudio. Pero cuando todo presuntamente lo tenéis a favor: estudios, medios y oportunidades, lucháis en batallas de otros olvidando las vuestras. Un título en la pared, no soluciona una vida, sin trabajo –23 por ciento de paro juvenil– o con trabajos precarios con los que no puedes emanciparte –el 85 por ciento de los jóvenes españoles siguen viviendo en el hogar familiar–, alimentarte y comprar una vivienda –4,1 millones viven con 645 euros al mes–. Unos 12,5 millones de hogares viven con pobreza infantil –más de un millón de personas dependen cada día del banco de alimentos–. Salario mínimo 1100 euros; dietas de un diputado de fuera de Madrid 1823 euros. Cuando un diputado gasta más en comer que un trabajador en vivir, es que algo no funciona. Cambiar esto es lo que debería ser vuestra prioridad, vuestra batalla, vuestra lucha, vuestra meta, vuestro fin…
Antonio B. Najar. Vinarós (Castellón)
LA CARTA DE LA SEMANA
Una llamada importante
Llamar a una oficina pública debería ser sencillo. Uno marca, espera y confía en que alguien atienda. Pero solo sigue una escena digna de comedia burocrática. Tras varios intentos, aparece la voz del contestador automático: «Su llamada es muy importante para nosotros». Cada intento es idéntico: tonos, silencio y la misma promesa grabada. Estas oficinas presumen de cercanía con el ciudadano. Atención accesible, eficaz, humana. Pero cuando uno intenta ejercer ese derecho básico de comunicarse, se topa con un muro invisible. Un protocolo fantasma que convierte la llamada en un acto de fe. No pedimos milagros, solo que alguien convierta en realidad la frase «su llamada es muy importante». Si no, casi mejor un mensaje más realista: «Su llamada será ignorada con eficiencia. Gracias por su paciencia». Al menos así, uno sabría que está solo en la línea, pero acompañado en la sinceridad.
Pedro J. Soto Santos. Ablitas (Navarra)
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