Edición

Borrar
El bloc del cartero

Acosos

Lorenzo Silva

Viernes, 31 de Octubre 2025, 11:36h

Tiempo de lectura: 7 min

Quizá no salga gratis la ligereza con la que desde el espacio público, incluso desde los púlpitos donde se ejerce la autoridad, se practica el menosprecio, el vituperio y la desconsideración, siempre que se dirija contra el otro, ese que por lo que fuere no se beneficia de la bula que ampara a los nuestros. Además de la imitación que esta conducta estimula en los adultos –a guisa de licencia para ofender–, nunca hay que olvidar que los que no lo son siempre están observándonos, tratando de aprender hasta dónde pueden llegar. Si nos ven maltratar, maltratarán, y ellos no siempre son conscientes, por su inmadurez, de lo que el maltrato puede acabar provocando, por lo que se sujetarán aún a menos límites. Nos lo dice una lectora, y nos toca anotarlo: si una niña se quita la vida, somos todos responsables.

LAS CARTAS DE LOS LECTORES

Responsable 

Me siento responsable. No vivo en Sevilla como ella ni soy su madre ni su profesora ni su compañera, pero como parte de esta sociedad, me siento responsable de que una niña de catorce años haya decidido quitarse la vida por el bullying que sufría en su colegio. La sociedad al completo ha fallado y me incluyo. Los padres habían denunciado en el colegio la situación. ¿De verdad no se la ha podido ayudar? ¿El colegio tiene herramientas para atajar este problema? ¿Dispone de personal de psicología para tratar tanto al acosado como al acosador? Me pregunto qué pasó por su cabeza el día en que decidió suicidarse y ninguno de nosotros le dimos una solución. Se dan demasiados casos como este y nos perdemos en conceptos y trámites que no solucionan absolutamente nada. D. E. P.

Ángela Barbolla Palacios. Correo electrónico


Acoso 

«Claro, esta mañana te has levantado tarde, no te ha dado tiempo a desayunar bien y has jugado un partido horrendo, nefasto. Has sido una rémora para tu equipo; tu entrenador ha tenido que llamarte la atención varias veces porque no estabas en lo que debías, y has tenido suerte: si yo fuera él, te habría sacado del campo a bofetadas, que es lo que te mereces. Y, además, eres patética: sales con la lagrimita para que te digan: 'Tranquila, no pasa nada'. Pues sí que tiene consecuencias. De momento, te quedarás castigada». Esa era la filípica que un padre le echaba el sábado a su hija, de unos diez años, agachado, a menos de diez centímetros de la cara de su hija, sin levantar la voz, sibilinamente. La madre, al lado, con la mirada al frente, altiva, ratificaba con un ademán. Por desgracia, se habla mucho del acoso escolar (y más que debería hablarse), pero me temo que hay familias que deberían hacérselo mirar, porque no es de recibo que haya niños que ya vayan 'acosados' desde casa.

Leonardo Martínez Expósito. Zaragoza


'Thanks, Mr. Trump' 

Qué difícil resulta hablar o escribir acerca de Trump sin caer en epítetos peyorativos o laudatorios. Su proyecto de alcanzar la paz entre israelíes y palestinos, de momento, ha cristalizado, no era una utopía; no es exagerado afirmar que lo logrado hasta ahora, una tregua incipiente, una llama humilde que tilila asustadiza, es una proeza. Sus intervenciones públicas son auténticas arengas y hoy es el político que mejor domina la comunicación. Demuestra ser un avezado histrión: sus raptos airados cuando se lo contradice son merecedores de un estudio. ¿Cómo es en verdad este hombre-personaje? Sea como fuere, ha conseguido que el fragor de las armas haya enmudecido, que los bombardeos no iluminen la noche, las sirenas no ululen y los niños correteen confiados. Ni filias ni fobias. Many thanks indeed, Mr. President. 

Francisco Javier Sáenz Martínez. Lasarte-Oria


Héroe a la fuerza 

Por todas esas voces que el silencio apaga. De pequeña me enseñaron que no debía usar etiquetas para herir a los demás. Que debía ponerme en los zapatos del otro, intentar comprender antes de juzgar. Siempre creí que la empatía era un escudo, una manera de curar al mundo desde dentro. Pero ahora me pregunto: ¿cómo se perdona a quien no pide perdón? ¿Cómo seguir adelante cuando la injusticia se hace carne, cuando una vida inocente se apaga porque nadie supo —o quiso— escuchar? A veces, el dolor se disfraza de rutina. Llega sin estruendo, en forma de burla, de exclusión, de palabra afilada. Y poco a poco va apagando la luz que alguien lleva dentro, hasta que solo queda el eco de lo que fue. Hay silencios que matan más que los gritos, miradas que hieren más que las palabras. Y todos, alguna vez, hemos sido testigos mudos. Ojalá quienes se sienten distintos pudieran abrazar su diferencia con orgullo, sin miedo a no encajar. Ojalá no enseñáramos a esconder lo que nos hace únicos, sino a celebrarlo. Pero vivimos en un mundo que castiga lo que no entiende, y no hay piel que resista tanto desprecio. Nos gusta pensar que el mal está lejos, que las tragedias ocurren en otro sitio. Pero el mal a veces está aquí, entre pupitres, pasillos y pantallas. Y mientras callamos —por miedo, por pereza, por costumbre— alguien se va desvaneciendo un poco más, invisible, hasta desaparecer del todo. Imagino las mochilas vacías, los libros abiertos, los nombres que ya no están. Y un eco que se repite: ¿cómo permitimos que esto pasara? El acoso no siempre grita. A veces se disfraza de broma, de juego, de simplezas. Pero deja cicatrices profundas. Y el silencio que lo rodea —ese miedo, esa comodidad— es una forma cobarde de complicidad. Nadie quiere cargar con la culpa, pero todos deberíamos hacerlo un poco. Porque mientras sigamos callando, seguiremos perdiendo vidas, sueños, futuros. Hay ausencias que resuenan y duelen. Duelen porque nos enfrentan a lo que somos: una sociedad que mira sin ver, que juzga sin entender, que olvida demasiado pronto. Ojalá estas historias no se pierdan entre titulares y condolencias. Ojalá los nombres que ya no están nos pesen, nos sacudan, nos obliguen a hablar. Porque mientras el silencio siga imponiéndose, habrá más voces caminando solas hacia el borde. Y entonces, otra vez, será demasiado tarde.

Rosa Aguirre Jado. Correo electrónico


Anuncios contra canciones 

Cuido a Miguel desde hace dos años y medio, una o dos tardes a la semana. Nos hemos reído a carcajadas con lo de hoy, aunque ya llevamos meses en la misma pelea. Mientras pintamos acuarelas o jugamos con marionetas, yo quiero poner música y él está deseando que me salten anuncios. Se despiporra de la risa cada vez que hay uno. El de «Hola, soy Antonio Lobato, ¿quieres saber cuánto vale tu coche?» es su favorito, pero ahora ya le gustan todos: BBVA, KitKat, Mutua Madrileña… La secuencia viene a ser: sale un anuncio, yo me hago el sorprendido y digo: «¿Qué, un anuncio?». Miguel se reboza por los suelos impulsado por su risa y cuando recupera el aire canta: «¡Anuncios, sí, anuncios, sí!». Con Miguel he descubierto que Spotify pone muy poquitos anuncios. Me paso la canción deseando que acabe para que pueda sonar otro, y va y salta otra canción. Lógicamente es lo que a mí me gusta, pero no lo que Miguel quiere oír. Qué curioso. Querer escuchar el anuncio y no la canción. Es que lo auténtico de la vida es siempre lo que escuece. La realidad nos interrumpe cuando estamos cantando demasiado. Miguel tiene un TEA. Eso significa que colorea con otra paleta. Las cosas que pueden llegar a llamar la atención de Miguel son aparentemente inconexas. Aparentemente, digo. En realidad, son sencillamente selectas. Pero los anuncios no tienen que ser necesariamente contrariedades. Son interrupciones, revolcones. Ahí ya depende de cómo quiera afrontarlos uno. Puede estar fastidiado esperando la siguiente canción. O puede hacer como Miguel. Que Miguel celebre los anuncios es celebrar la vida. Porque en la vida no hay solamente canciones. Nadie paga el premium, a todos nos interrumpen los anuncios. Lo auténtico es acogerlos también. Lo revolucionario es disfrutarlos aún más. Porque vivimos de verdad cuando nos escuece. Las dificultades nos curten. Nos prueban. Nos unen. Miguel es un revolucionario. Hace que quiera disfrutar de lo auténtico. Escuchar el anuncio y no la canción.

Gabriel Pérez-Miranda Mata. Villaviciosa de Odón. Madrid


Una pregunta

Tengo una pregunta. Una vez que se constituya un estado Palestino, ¿quién lo gobernará?  ¿Será un sistema democrático, con respeto a los derechos humanos para todos, con especial atención hacia completos derechos para las mujeres?  ¿Se establecerá como ley la sharia? ¿Dominaran los principios religiosos en la sociedad? ¿Se evitará la influencia de Irán y otros estados radicales, que odian a Occidente y desean el exterminio de Israel?

Luis M.Salan. Cádiz


LA CARTA DE LA SEMANA

Dependencia

texto alternativo

+ ¿Por qué la he elegido?

Porque hay contrastes que hieren, y heridas que iluminan nuestras vergüenzas.  

La Xunta de Galicia archiva la solicitud de prestaciones a la dependencia de mi padre. El motivo: fallecimiento. Pasó lo mismo con mi madre. Está pasando cada día con nuestros mayores. Los más 'privilegiados' cuidamos de ellos como podemos. Otros están viviendo un infierno los últimos días de su vida. Muchos incluso solos. Nuestros mandatarios publicitan, sin rubor, su buena gestión. En escuelas, universidades, hospitales, asilos... con la falsa aureola de 'públicos': serán gestionados por empresas privadas. Mi padre no llegó a entender los grandes incendios mientras un presidente estaba de vacaciones. Ni las inundaciones con 229 muertos mientras un presidente prolongaba horas su sobremesa. Ni entendería que mujeres mueran de cáncer de mama porque un presidente no las avisó para no inquietarlas. No estaría de más que ese dinero lo emplearan en dependencia.

Francisco Maceira. Ferrol

MÁS DE XLSEMANAL