Son ya el 40 por ciento de los soldados extranjeros
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Son ya el 40 por ciento de los soldados extranjeros
Viernes, 07 de Noviembre 2025, 10:22h
Tiempo de lectura: 7 min
Maxi tiene sangre en la cara, la mirada perdida y dos torniquetes en su pierna izquierda. La hemorragia es grande. La herida, grave. La mina que ha pisado, casi mortal. En pleno frente de Ucrania entra en camilla en una casa abandonada reconvertida en un quirófano improvisado. Dentro, siete médicos trabajan sin descanso para estabilizar a los heridos más graves. Afuera, acechan los drones; cualquier luz o movimiento extraño podría delatar la posición. Por eso, las ventanas están tapiadas y la ambulancia llega con los faros apagados.
«¡Morfinaaaaaa!», aúlla Maxi en español cuando le extraen metralla del cuello y le perforan el tórax para que pueda respirar. Mientras, las manos de Cigüeña retiran pequeños fragmentos de hueso del interior de su tibia destrozada.
«Amigo», susurra Yura regulando la anestesia... y usando la única palabra que conoce en castellano. Y añade en ucraniano: «Tranquilo, no estás solo». Tanto Yura como Cigüeña eran sanitarios civiles sin experiencia militar y, ahora, a las dificultades típicas de un conflicto se suma otra cada vez más común: atender a pacientes en español.
Según datos del propio Ejército ucraniano, los latinoamericanos representan ya el 40 por ciento de los combatientes extranjeros peleando en sus filas.
«La formación aquí es buena. La paga, mejor», ríe Astro en un bosque del norte de Ucrania. Bajo el casco lleva un pañuelo negro con el símbolo de las antiguas Fuerzas de Despliegue Rápido, una unidad de asalto del Ejército colombiano especializada en cazar guerrilleros. Su caso no es una excepción. Tras la firma del acuerdo de paz entre el Estado colombiano y los grupos armados en 2016, miles de soldados se quedaron sin sustento ni futuro. Hombres a los que la invasión rusa les ha devuelto el propósito y un salario generoso. Y Ucrania, necesitada de personal con experiencia, trata de aprovecharlo. Por eso, cada vez más brigadas lanzan campañas de reclutamiento, páginas web y vídeos en las redes sociales directamente en español.
«Son grandes luchadores, pero comen demasiado», bromea Stanislav Yablonsky, oficial de prensa de la 13.ª brigada de la Guardia Nacional Jartia. El grupo repele a los rusos en la frontera, alejándolos de Járkov, la segunda ciudad más importante del país. Dentro de esa brigada se integra la unidad Guajiro, creada en homenaje a un capitán latinoamericano caído en combate en Ucrania y que reúne ahora a soldados de habla hispana. Su presencia comenzó a hacerse visible en Ucrania en 2023 y no ha dejado de crecer. En parte, gracias al aumento de vídeos en las redes que muestran cómo viven los primeros que llegaron. En parte, por un boca a boca que nunca cuenta toda la verdad.
—La guerra en las redes sociales se ve bacana. Todo es bonito en TikTok, pero métanse al frente y ya verán… –dice Coco, integrante de Guajiro.
—Nosotros estamos muy preparados para el combate cuerpo a cuerpo, así cerquita –desliza Astro–. Pero la de acá es una guerra de drones. Te llegan dos o tres hijueputas y no hay nada que hacer. Algunos de estos (dice señalando a sus compañeros) les disparan, pero solo sirve para que los rusos envíen más.
¿Por cuánto te jugarías la vida en una guerra que no es tuya? Según los anuncios, el pago asciende hasta los 4500 dólares al mes. En la práctica, depende del número de misiones de combate, y no todos los días se trabaja en el frente. Por eso, entre viajes, vicios y gastos, algunos incluso terminan perdiendo dinero. —A veces son los propios soldados los que se engañan sobre los riesgos y la paga –admite May, sargento de Guajiro–. Pero las condiciones están claras.
Como tantos otros, él descubrió la oportunidad en un grupo de WhatsApp de exmilitares colombianos y decidió probar hace más de un año. De momento sigue vivo, pero lo han herido en diferentes misiones.
¿Los convierte eso en mercenarios? De acuerdo con el Protocolo Adicional I de los Convenios de Ginebra, no. Para serlo, deberían no formar parte del ejército regular, cobrar más que los soldados ucranianos que hacen el mismo trabajo o desempeñar funciones distintas. Supuestos que no se cumplen en Ucrania.
El matiz, sin embargo, no elimina la reciente preocupación entre los expertos en seguridad. Según The Intelligence Online, los espías ucranianos investigan la entrada al país de sicarios, exguerrilleros y miembros de cárteles de la droga que ven en la invasión una oportunidad para aprender técnicas de la guerra moderna, en especial el manejo de drones kamikaze.
«Muchos de los que vienen, no entienden que esa guerra no es como la nuestra. Piensan que no les pasará nada, que en un año pagarán la casa», lamenta Sergio D., que solicita no compartir su apellido. Él viajó hasta Ucrania el diciembre pasado para alistarse en una de las unidades más reconocidas, pero decidió darse la vuelta justo antes de firmar. El amigo con el que salió de Colombia murió a las pocas semanas, en la región rusa de Kursk. Su cuerpo no ha sido recuperado.
Estos son los nuevos 'desaparecidos' del enfrentamiento más sangriento que ha vivido Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La mayoría, cuerpos inertes en el territorio gris que separa a ambos ejércitos y que nadie puede recuperar. Sin cadáver no hay certificado de defunción. Tampoco la compensación de 400.000 dólares que el Estado ucraniano promete a las familias de los caídos en combate.
En la ciudad de Popayán, en Colombia, Otilia Ante llora la ausencia de su hijo pequeño, Alexander, aunque sabe que está vivo. Él y otro colombiano, José Arón Medina, viajaron a Ucrania en 2023 para luchar. Un año después decidieron regresar a casa: rompieron sus contratos, cruzaron la frontera, tomaron un avión en Polonia, aterrizaron en Madrid y grabaron un vídeo antes de subir a un vuelo rumbo a Bogotá, con escala en Caracas. En Venezuela, su rastro se perdió. Hasta que 43 días más tarde reaparecieron detenidos en una cárcel de Moscú. Su secuestro es el primer y único ejemplo de combatientes internacionales capturados en un tercer país ajeno a esta guerra. También una advertencia a los miles de latinoamericanos que luchan por Kiev. Un recordatorio de que nadie, en ningún sitio, está a salvo de las garras de Moscú. El Gobierno colombiano de Gustavo Petro, complaciente con Putin, ha hecho caso omiso a sus obligaciones internacionales y ha dejado a sus compatriotas de lado. Ucrania tampoco ha movido un dedo por su liberación. «Estoy cansada de vivir. Tanto pensar en mi hijo... No sé si tiene frío, hambre o cómo lo tratan. Esto está duro –lamenta la madre de Alexander–. Quisiera coger un avión… ¿pero adónde voy? Tengo depresión de tanto pensar».
Como ella o la esposa de Medina, que saca a sus hijos adelante mientras llora a su marido, cada vez son más las familias colombianas conectadas por un extraño lazo a Ucrania. Kiev ya no es un lugar lejano, sino una ciudad en cuyo corazón, en plena plaza del Maidán, ondea el amarillo, azul y rojo de decenas de banderas colombianas junto a retratos en honor de los caídos.