A sus 61 años, el actor atraviesa un gran momento vital y profesional. El reciente Premio Nacional de Cinematografía refrenda una trayectoria de fondo: cuatro premios Goya y una madurez artística que se percibe en la pantalla. Tiene ya un recorrido vital –con luces y sombras– que traslada a los personajes que interpreta. Eduard Fernández recibe a XLSemanal en el salón de su casa y, entre calada y calada (el único vicio que conserva), habla sin tapujos de la actualidad política y de su propia vida.
XLSemanal. ¿Cómo es interpretar a un personaje tan conocido y con tanto peso como Santiago Carrillo?
Eduard Fernández. Para una parte de los españoles es muy conocido, pero otros no saben ni quién es. Era un privilegio interpretarlo porque ocupa un espacio fundamental en la creación de la democracia en España, que se dice pronto.
«Carlos Latre me ayudó con el personaje de Carrillo. me dijo: 'Yo siempre pienso en animales'. Carrillo es un sapo y Suárez es un pelícano. ¡Es una imagen buenísima!»
XL. ¿Cómo trabajó la voz y la presencia?
E.F. Se me ocurrió llamar a Carlos Latre. Vino un día a este salón donde estamos ahora y lo primero que me dijo fue: «Yo siempre pienso en animales». Carrillo es un sapo y Suárez es un pelícano. ¡Es una imagen buenísima! También dijo: «Es como si siempre estuviera bostezando». La aproximación a la voz hay que ajustarla, porque si la imitación es excesiva pasa a la parodia, y en eso no se puede caer. Fue un mix.
XL. Suele remontarse a la infancia de los personajes que interpreta...
E.F. Esta vez, no tanto. Aquí pesaba su papel político: 30 años de exilio que le dolían, como si su país tuviera vergüenza de él. Me imaginaba estar fuera y que te quieran borrar. Él quería cerrar el círculo en España; era un deseo personal y también político.
XL. El encuentro con Suárez es un momento cumbre de la serie. ¿Qué le interesa de esa escena?
E.F. Que arranca como duelo y acaba en acuerdo. Se miden, pero terminan entendiéndose, mezclando lo político y lo personal, incluso hablando de la infancia. Se dicen: «Si tú y yo no arreglamos esto, no lo arregla nadie». Carrillo hace renuncias que los suyos ven como traición: se inmola un poco por la democracia y por España. Eso es generosidad e inteligencia política: saber ceder para pactar.
«Dentro de nosotros hay de todo. También un asesino»
XL. Decía que Carrillo estaba ignorado y demonizado.
E.F. Muy demonizado y usado por todos. Él sostenía que Paracuellos no fue una orden suya. «Pero sí di otras órdenes», dice. Esa frase es muy impactante.
XL. Suárez remata con: «Usted y yo somos los únicos políticos de verdad en este país». ¿Qué quiere decir?
E.F. Que los políticos de verdad son los que acuerdan. ¿Hasta dónde renuncias para llegar a un acuerdo? Como en una pareja: «Yo quiero ir a Logroño»; «yo, a Cádiz»; hay que ver cómo lo haces. Ahí está la humanidad. Hizo muchas cesiones, pero sin abandonar su retranca. «Vale, si hay que aceptar la bandera bicolor, se queda, pero ¿y si la ponemos en diagonal?» [se ríe].
XL. La Transición, ¿falta explicarla?
E.F. Había que hacerla y lograr que los militares no se pusieran a la contra. La Transición fue buena, dadas las condi-ciones, pero falta una segunda Transi-ción. En Italia o Alemania se gestionó de forma distinta la relación con el dictador y sus apoyos. Franco duró 40 años; quizá por eso la bandera de esos países es de todos y aquí aún cuesta que lo sea. En España la bandera sigue arrastrando franquismo. Es una pena.
«Un personaje es un punto de vista: ver la vida desde Carrillo o desde Millán-Astray te enseña cosas distintas. Cuanto más has vivido, más ves y con más calma»
XL. Segunda Transición…, ¿hacia dónde?
E.F. Hacia aceptar sin rodeos que Franco fue un dictador y que hubo asesinatos. En la guerra se cometieron atrocidades en ambos lados, pero duró tres años; la dictadura, 40. Hay que separar guerra y dictadura. Sobre la dictadura, siendo demócratas hoy, deberíamos compartir una misma posición. Y no la tenemos.
XL. Usted tenía 17 años cuando se produjo el golpe de Estado…
E.F. Recuerdo estar en casa, en Barcelona, con mis padres. Vi la cara de mi padre y pensé: «Uy, aquí pasa algo grave». Decían: «Están entrando en el Congreso». «Han salido los tanques en Valencia…». Había miedo. Mucha gente quemaba octavillas; mi madre había sido muy de izquierdas. Pensabas: «Hostia, la democracia se puede ir al traste». Se podía volver no sólo al aburrimiento del franquismo, sino a no poder evolucionar como país. España arrastra un agujero de 40 años; luego se intentó igualar rápidamente a las democracias europeas, pero ese retraso se nota. Aun así, este es un país de puta madre en muchas cosas.
XL. ¿Observa retrocesos en la sociedad actual?
E.F. Un golpe hoy no parece probable, gracias a Dios, pero sí veo retrocesos. Las modas empujan a ir contra las libertades adquiridas. Si volviese una dictadura 'blanda', o gobernase una extrema derecha, lo notaríamos para mal: retroceso en libertades básicas; entre ellas, la cultura. Vox pide 'cultura', pero no para promocionarla, sino para manipularla o recortar derechos. En una democracia como Dios manda, sanidad, educación y cultura deberían ser un pacto común, ahí volvemos a Suárez y Carrillo. Eso es sagrado; no debería ser ni de derechas ni de izquierdas: es el bien común. Es muy difícil crear una sanidad como la nuestra y muy fácil cargársela.
XL. El 23-F la democracia estuvo a punto de caer...
E.F. Y creo que una serie como Anatomía de un instante es importante para recordar de dónde venimos y que la gente más joven sepa qué ocurrió. Lo que hemos ganado; lo que hicieron Carrillo y Suárez y luego Felipe, cuando ganó. La decepción brutal de Carrillo en las elecciones –él creía que ganaría–: «No hemos perdido las elecciones; nos han perdido los electores», decía. En el 23-F están simbolizadas las dos Españas y la dificultad de entendernos.
XL. Tiene usted una hija de 30 años. ¿Esa generación lo sabe?
E.F. Necesita sentarse a estudiar. Y esta serie está colaborando. En el Festival de San Sebastián, la reacción fue maravillosa. Mucha gente joven dijo: «Me interesa mucho, pero tengo que verla otra vez». Eso es cultura: que a través de la serie digan «me gustaría saber más». Educativamente, funciona. Es una semilla.
XL. Ha habido un bulo estos días de que había muerto Tejero…
E.F. Estamos en la época de la narrativa. Es delicadísima y peligrosísima. Vas empujando el bulo para crear una idea, un estado de opinión. La manipulación de los estados de opinión es una de las desgracias de nuestro tiempo. Con la inteligencia artificial es bestial.
XL. Difumina la frontera entre realidad y mentira.
E.F. El día que nació la inteligencia artificial nació, a la vez, la estupidez artificial. Mucha gente tira por la cara B –la estupidez– y la aprovecha para manipular. Hacen pasar por verdad lo que es sólo palabrería.
XL. A los actores y al mundo de la cultura se los obliga a pronunciarse. A quien no lo hace se lo señala. ¿Usted cree que tienen obligación de pronunciarse?
E.F. Cuando tienes un papel más conocido, cuando lo que dices tiene un cierto valor, entonces tienes la responsabilidad de hacer o dejar de hacer. Pero por dejación también influyes. Yo no soy quién para decir qué tiene que hacer nadie, pero si estás de acuerdo en algo, o en protestar por una barbaridad, y no lo haces por presiones políticas o económicas, hay que ser consecuente.
XL. Usted se ha pronunciado sobre temas polémicos…
E.F. Y, cuando lo haces, lo pagas.
XL. ¿Cómo?
E.F. Bueno, a veces te malentienden. ¡Mucho! Y tenemos que poder hablar de las cosas. Respecto a Gaza: no protestar porque a un niño le pegan un tiro en la cabeza cuando va a buscar comida me parece una salvajada. Si alguien prefiere no pronunciarse, pues tú verás cómo duermes por las noches. Pero el problema es que hoy hay pocos grises.
XL. Todo se divide en dos bandos.
E.F. Totalmente. Hay una estupidez natural. Todo son grises en la vida. Yo puedo ir a una manifestación por Gaza y, sin embargo, empiezan a cantar algo y digo: «Mira, justo esa cancioncita no va conmigo», aunque esté en contra de la barbaridad que le hacen a la población civil. Los grises son la inteligencia natural. Igual por eso se llama 'materia gris' al cerebro. En los grises está todo.
«Creo que tuve una depresión del quince durante la adolescencia. Aunque entonces no fui consciente de ello. Hoy me queda la parte reflexiva, el gusto por estar solo»
XL. Se manifestó a favor de la flotilla.
E.F. La flotilla fue una llamada de alarma para contar qué ocurre en Gaza. Se los llamó «pijos», pero tuvieron valor y asumieron un riesgo elevado. Sirvió para que se hablara más del tema. Incluso Estados Unidos empezó a hablar de soluciones reales. Frente a una atrocidad así hay que hacer lo que haga falta. Aunque hubo cosas que no me gustaron.
XL. ¿Cuáles?
E.F. Al volver a casa, algunos llegaron haciendo el signo de la victoria, sonriendo y saltando. No había victoria. Si protestas por una barbaridad que no se ha solucionado, no puedes dar esa imagen ante las cámaras. Toca seriedad. Ya sonreirás en casa por estar vivo. Porque lo que ocurrió, ocurre y sigue ocurriendo en Gaza exige seriedad.
XL. Putin, Trump, Netanyahu… ¿Estamos en manos peligrosas?
E.F. Parece mentira que pueda gobernar gente con tan poca preparación; con tan poca solidez intelectual, moral, ética; con tan poca capacidad de negociación. Es curioso que la gente vote lo que vota. Acaba de ganar Milei otra vez. Me parece una barbaridad que tengamos tan poco respeto por nosotros mismos como para votar a gente con tan poca enjundia. Me cuesta ponerle palabras. Gente con tan poco valor como para representar a nadie.
«Era necesario confesar que soy adicto y que el alcohol o la cocaína me arrastraron. Una vez que dejas todo, hay que reaprender y amigarse con uno mismo»
XL. No lo he felicitado todavía por el Premio Nacional.
E.F. Es un reconocimiento muy muy grosso, como dirían los argentinos. Muy grande. Se lo debo también, en gran parte, a Marcel Barrena por El 47 y a Aitor Arregi y Jon Garaño por Marco. Porque, a pesar de tener una carrera larga, de repente tengo dos películas de ese calibre: una muy popular y muy querida, que ha llegado al corazón de la gente, y luego un trabajo como el que hice en Marco, que es de lo mejor que he hecho desde el punto de vista interpretativo. Está bien. Me hizo mucha ilusión.
XL. Dijo, además, que estaba en un gran momento.
E.F. Yo creo mucho en las sinergias: son algo que va por debajo, que no se ve; lo que en una conversación no sería el texto, sino el subtexto. A mí me gusta mucho el fútbol y, cuando a veces ves que los rebotes en un partido siempre le caen al mismo equipo, te dices: «Bueno, hoy van a ganar esos». Eso es porque hay una sinergia.
XL. ¿Y en esas está usted ahora?
E.F. No sé por qué y no creo que tenga mucha explicación. Casualmente, se han conjuntado los astros. No hay que asustarse cuando te va bien, pero tampoco cuando te va mal. Hay que dejar que fluya.
XL. Dice usted que los momentos malos son la mochila que lo ayuda como actor.
E.F. Me lo decía una psicóloga: que lo bueno de mi profesión es que todo lo negativo y duro que te ocurre lo puedes poner en positivo en tu trabajo. Es experiencia de vida. Los actores encarnamos –hacemos carne– palabras escritas en un papel. No basta con decir: «Te quiero, me voy a Mallorca»; tienes que encarnarlo, hurgar en el pasado del personaje; o inventártelo para hacerlo carne. Si has vivido, se ve en el primer plano: en los ojos está todo. Cuanto más has vivido, más colores muestras. Volvemos a los grises: añadamos lila, amarillo, verde, azul y rojo; esas mezclas están en la experiencia y ahí afinas la paleta. Algo que no tienen muchos políticos de los que hablamos: pocos colores, poca finura. Todo «sí» o «no», blanco o negro. Y la vida no es así.
XL. ¿Es terapéutico ser actor?
E.F. Según cómo te lo tomes. Un personaje es un punto de vista: ver la vida desde Carrillo o desde Millán-Astray te enseña cosas muy distintas y todas están ahí. Cuanto más has vivido y más lejos miras –eso solo lo da la edad–, ves un poco más y con más calma.
XL. ¿Todos tenemos un Carrillo y un Millán-Astray dentro?
E.F. Yo digo que, en lugar de 'personas', tenemos cajones: dentro hay de todo, también un asesino. Esos impulsos viscerales los tenemos todos. Si algunos no los usamos es porque evolucionamos y porque te reprimes: «Ahora lo mataría», pero no toca; «le daría una hostia», no toca. Mejor cortar y hablar. Volvemos a Carrillo-Suárez: hay que hablar, ver cómo nos entendemos y reprimir ciertas cosas; perder en algo, ganar en otra cosa. Es una lección muy grande esa conversación para la España actual.
XL. Parte de esa mochila es un tema que este año ha decidido hacer público: las adicciones pasadas.
E.F. Me lo propuso Jordi Évole. Y decidí hacerlo público porque ha lastrado parte de mi vida. Mucho. Pero arrepentirte de tu pasado es arrepentirte de ti mismo. Aprovecha lo vivido, asúmelo: ese eres tú. Eso te da un poso y un peso.
XL. ¿Por qué hacerlo público?
E.F. Era necesario confesar que soy adicto, y que el alcohol o la cocaína me arrastraron. Hice el proceso real y profundo de dejarlo: terapias largas, cinco años. Porque, una vez que dejas todo, hay que reaprender y amigarse con uno mismo. Ese es el trabajo de después. Esa terapia ha sido de lo más bonito que he hecho. Es una buena lección y un buen consejo para quien tenga adicciones o conductas adictivas. También el móvil, las redes: hay chavales que pasan diez horas al día ante una pantalla. Desde fuera hay que decir: «Cuidado, es una adicción». Cuando estás dentro, buscas argumentos para seguir: «lo controlo», «llevo una semana sin…». No. Hay cosas que son radicales. Hasta que no lo dejas, no lo ves claro.
XL. ¿El objetivo es ayudar a otros en situaciones similares?
E.F. La respuesta ha sido tremenda: mucha gente por la calle me ha dicho «gracias», porque muchos tienen a alguien –o a uno mismo– en esa situación. Y hay algo que sostiene la adicción: la vergüenza. Da una profunda vergüenza enfrentarte a ella.
XL. El otro, el corto que ha dirigido, tiene que ver con esto...
E.F. Tiene mucho que ver. El corto parte de una imagen: un hombre corriendo por el desierto, huyendo de sí mismo. Y luego construye lo anterior para justificar esa imagen. Quería mostrar a alguien consumiendo y perdiéndose solo en su casa, huyendo de un fantasma: las paranoias de uno mismo. Finalmente, de quien sales huyendo es de ti mismo.
XL. ¿Tenía ganas de dirigir?
E.F. Sí. Pero solo si dirijo algo que de verdad tenga dentro. Lo más difícil es encontrar una historia que merezca la pena. Para mí, el premio más importante es el de mejor película y, después, el de mejor guion. El guion es lo más importante tras la película, y a veces ni se sabe quién lo ha escrito. Si consigo escribir uno, con ayuda de alguien que sepa más que yo, quizá lo dirija.
XL. Teatro, cine, series… ¿Qué representa cada uno?
E.F. El teatro es la esencia: vértigo y comunión con el público; la magia más cruda. El cine tiene el primer plano –ves lo innombrable: emoción, pensamiento– y las composiciones de planos distintos. Las series son novela larga: aportan tiempo para contar. Hoy hay de todo y debe haber de todo.
XL. Volvamos la vista atrás. Empezó actuando en un cabaret en Barcelona. Su padre fue a verlo y supo después que se había ido llorando...
E.F. Mi padre nació en el barrio chino de Barcelona cuando era un lugar sórdido, y a él le daba mucha vergüenza ese lugar. Quiso salir de ahí y empezó a pintar para crear belleza. Cuando vino a verme al cabaret –yo hacía un número de mimo y otro de payaso, de 12:00 a 3:00 de la noche– lo llevó muy mal. Yo estaba feliz actuando, pero él conocía ese mundo y le dolía. De mi padre heredé el sentido del humor y el de la belleza; de mi madre, la justicia, la honestidad personal y el compromiso con la gente.
XL. ¿Y qué se lleva de usted su hija, la actriz Greta Fernández?
E.F. Eso debería decirlo ella. Intuyo que se lleva varios 'colores': algunos nada bonitos y muchos buenos. En casa somos muy transparentes. Me parece sano que sea una relación padre-hija límpida y clara. No una amistad, pero podemos hablar de todo; lo profundo también se puede hablar con el padre.
XL. Cuando decidió contar el pasado adictivo, ¿lo hablaron en casa?
E.F. Sí. Le dije: «Greta, quiero hablar de esto; ¿cómo lo ves?». Si me hubiera dicho «prefiero que no», le habría hecho caso. O lo habríamos hablado. Me apoyó mucho.
XL. Amigos no, pero sí colegas de profesión.
E.F. Sí. Hablamos mucho de trabajo: ella ha mamado la profesión a través de mí y, aunque comparte muchos de mis 'colores', tiene los suyos propios. Me encanta oírla argumentar. No intenta imponer ni convencer.
XL. Usted fue un adolescente tímido. ¿Qué queda de él?
E.F. Fui muy tímido, vergonzoso, inseguro. Cuando salía a la calle, no era yo: el que salía era el personaje. Creo que tuve una depresión del quince durante la adolescencia; aunque entonces no fui consciente de ello. Hoy me queda la parte reflexiva, el gusto por estar solo a ratos, y me apabulla la multitud. Prefiero el círculo íntimo. Es estupendo.