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Pequeñas infamias

'Amada Carlota' o las muchas caras del mal

Carmen Posadas

Viernes, 07 de Noviembre 2025, 10:39h

Tiempo de lectura: 3 min

No sé ustedes, pero yo tengo un par de sistemas infalibles para descubrir la calidad literaria de una obra. Uno es que no quiero que el libro se acabe, obligándome a abandonar esa historia, tan real que me ha hecho comulgar con unos personajes, una situación, unos determinados escenarios. 

El otro sistema consiste en comprobar cómo, una vez terminada la lectura, ese libro germina en mí abriéndome puertas, regalándome sensibilidades y puntos de vista de los que antes carecía. Y lo hace o bien porque el mundo que retrata me era desconocido hasta el momento o bien (y este tipo de libros son los más inquietantes) porque desvela realidades que están ahí. Mundos que uno sabe que existen, pero prefiere no ver. Porque es más cómodo, porque solo asomarse a ellos duele y, al tiempo, genera cargo de conciencia. 

Quedarán atrapados en sus páginas, envueltas en el halo de sofisticación que Marta Robles confiere siempre a sus obras

La novela negra tiene el don de estimular percepciones y abrir ignoradas puertas a través de esa alquimia que hace que la letra impresa sea el camino más directo al corazón. O, lo que es lo mismo, permite viajar hasta los rincones más recónditos del alma humana.

En la novela de la que quiero hablarles, esas realidades que uno prefiere ignorar tienen lugar en dos épocas distintas. La primera, en los años setenta y ochenta del siglo pasado; la segunda, en el presente. En cuanto a la primera, ¿quién no ha oído hablar de niños robados? De ese siniestro negocio que desde los oscuros años del franquismo hasta bien entrada la democracia (años noventa, nada menos) traficó con recién nacidos arrebatados a sus madres para entregarlos luego en adopción.

Este es uno de los temas centrales del libro. Un horror que cambió para siempre el destino de entre 30.000 y 300.000 niños y de sus progenitoras, y que sigue impune porque los crímenes han prescrito sin que ninguno de sus perpetradores haya pisado la cárcel.

Como la maldad no descansa (solo muda de cara según los tiempos y las circunstancias), el segundo tema que aborda esta novela es uno muy actual. Se trata de los cibercrímenes, en especial de los relacionados con la manipulación y la extorsión a mujeres que de pronto ven su intimidad expuesta en Internet, con el agravante de que la dark web, el lado más repugnante de la Red, cuenta con herramientas destinadas a evitar la identificación de aquellos que se lucran del sufrimiento ajeno. La novela de la que les hablo se llama Amada Carlota. Les aseguro que cuando se adentren en sus páginas quedarán atrapados en ellas (no exagero). Envuelta en el halo de sofisticación que Marta Robles confiere siempre a sus obras, por esta historia desfilan, además de las dos situaciones que acabo de esbozar, otras aún más brutales de las que no haré spoiler. Solo decir que suelen darse en nuestro entorno y que la sociedad, una vez más, prefiere esconderlas bajo la alfombra.

La música es también otra de las protagonistas de esta novela. Habrá quien interprete que la elección de tal o cual tema ayuda a conocer mejor a los personajes y, desde luego, así es. Pero a mí me ha interesado más comprobar el uso literario que de ella se hace. Para que una trama funcione y fluya, ha de parecerse a una partitura. La literatura es música y tiene sus diferentes tempos, que se suceden y combinan. A veces un adagio, otras un andante, en ocasiones un allegro, a veces un preñado silencio... De este modo, bajo un allegretto tal vez se esconda como contrapunto una tragedia, mientras que un andantino hace que el lector descubra una faceta de sí mismo que tal vez desconozca. Pero, por encima de todas estas consideraciones, la novela –y muy especialmente la novela negra– es fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. Por eso se ha convertido en uno de los géneros favoritos de los lectores. Porque las muy buenas, como esta de la que ahora les hablo, tienen la virtud de despertar conciencias a la vez que entretienen y fascinan.

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