Viernes, 07 de Noviembre 2025, 10:38h
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Dejé hace años de 'consumir' televisión, por decoro y compasión por mis neuronas; y el televisor se habría convertido en un armatoste inútil en casa, si no fuera porque lo empleo para ver siempre que puedo alguna película descatalogada que, desde luego, jamás emitirían en ninguno de los canales gratuitos o de pago de la 'parrilla televisiva'. Pero, a veces, mientras detecta la película elegida, el televisor me ofrece imágenes de programas infectos donde diversas patuleas vociferan hasta desgañitarse, regurgitando consignas sistémicas de izquierdas o derechas, o bien aireando miserias de corazón o entrepierna propias o ajenas. Reconozco que, a veces, si pillo a estas patuleas en medio de una discusión acalorada, enzarzadas en sus marrullerías grimosas, postergo durante unos minutos el comienzo de la película, como lo haría si viese un tumulto de moscas disputándose cualquier despojo o carroña, vencido a partes iguales por el asco y la hilaridad. Y entonces descubro, al principio con pasmo, después con sobrecogimiento, que las petardas que nunca faltan en estas patuleas (lo mismo en las patuleas dedicadas al 'debate político' que en las consagradas a la charcutería sentimental, por lo demás perfectamente intercambiables) tienen la cara repetida.
Las mismas frentes sin una sola arruga, alisadas por el bótox o la huelga neuronal
Tienen los mismos morros protuberantes, inflados de ácido hialurónico; las mismas frentes sin una sola arruga, alisadas por el bótox o la huelga neuronal; las mismas narices talladas en el quirófano, con el puente alto y la punta ligeramente remangada, en un gesto de altivez mentecata; los mismos rellenos en los pómulos, a modo de flemones; los mismos arcos superciliares forzados; los mismos gestos robóticos y agarrotados; las mismas comisuras de los párpados estiradas y sin patas de gallo. Todas las petardas de los programas televisivos tienen la misma cara repetida (si acaso, las distingue el tinte del pelo), como si fuesen muñecas en una cadena de montaje o figurantes de una pesadilla clónica; y misteriosamente se creen muy atractivas, sin entender que lo que hace atractiva a una persona son sus rasgos distintivos, su singularidad irrepetible, su rostro único como heraldo de un alma también única que no podemos prever, que no podemos encasillar, que no podemos ni siquiera imaginar. Tal vez el milagro más asombroso de cuantos rodean nuestra existencia terrenal (aunque, paradójicamente, sea el más repetido) nos lo brinde la inagotable variedad humana: no existen dos rostros iguales, como tampoco dos almas idénticas; nadie cuenta con un doble físico exacto, como nadie cuenta tampoco con un alma gemela completa (aunque, desde luego, nos guste fantasear con 'parecidos' fisonómicos o con 'semejanzas' espirituales). Y tal vez esta inagotable variedad humana sea la señal más evidente de la impronta divina en la naturaleza humana.
Del mismo modo, en la igualación y estandarización humana resulta inevitable descubrir la acción de quien respondió, cuando alguien quiso conocer su identidad: «Mi nombre es Legión». En efecto, la misión diabólica por excelencia consiste en uniformizar a quienes han sido creados distintos: es lo que procuran hacer las modas indumentarias, la llamada 'cultura de masas', también las ideologías, que pugnan por convertir a personas distintivas en albóndigas o amasijos humanoides que piensan en serie, que repiten las mismas consignas, que profesan las mismas admiraciones y los mismos desprecios, que se hacen hormiguero o enjambre en torno a los mismos líderes carismáticos, en torno a las mismas utopías grotescas (y a veces siniestras), en torno a los mismos embelecos y demagogias. Esta uniformización de las almas se trata, sin duda, del objetivo último de la llamada 'inteligencia artificial', como se puede comprobar fácilmente estudiando las respuestas que brinda a cualquier persona que solicita su ayuda: son respuestas mostrencas y estereotipadas que anulan el pensamiento crítico, que imponen o consolidan paradigmas hegemónicos, que reprimen o descartan cualquier forma de disidencia o mera discrepancia, que modelan una visión del mundo estabulada y tópica donde las periferias se convierten en territorios lóbregos y hostiles (y quienes las frecuentan en réprobos y apestados). En cierto modo, la 'inteligencia artificial' hace con nuestras almas la misma labor igualatoria que la cirugía plástica con las jetas de las petardas televisivas: se trata de borrar la impronta divina que hace de cada uno de nosotros seres irrepetibles, para convertirnos en tediosas redundancias, en un aluvión o barrizal humano indiscernible (visto uno, vistos todos), hecho a imagen y semejanza de quien se llama Legión.
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