«Mi estudio es mi cabeza, el lugar donde todo ocurre»
Vive un momento muy especial, de ebullición: las calles de Chicago, Madrid, Tokio o Burdeos abrazan sus obras y las hacen suyas, le llueven los encargos. El penúltimo, de la princesa heredera Victoria de Suecia, y está a punto de estrenar exposiciones en la capital y en Palma de Mallorca.
Entro en su estudio, en una nave industrial, dejo el paraguas con cuidado y, cuando alzo la vista, entro en shock. No exagero. El impacto es tremendo. Primero está la sala donde trabajan el metal. Me rodean esculturas etéreas, cinceladas con letras de abecedarios. Emanan algo invisible y poderoso. La atmósfera embriaga. Pasamos a la sala donde descansan muchas de sus enormes cabezas y la belleza se multiplica. Hablamos más de una hora, de pie, no nos sentamos en ningún momento. Caminamos mientras Jaume Plensa va explicando las piezas que se mostrarán en la exposición Materia interior, que le dedica el Espacio Fundación Telefónica de Madrid. Habla en cascada, emocionado, en un chorro verbal continuo. Acabamos metidos dentro de una de las cabezas de letras de metal. Imagina mi felicidad.
XLSemanal. Las cabezas tienen un volumen extraño, parecen planas.
Jaume Plensa. Parecen una holografía casi, como algo irreal. Busco la fusión entre fotografía y escultura.
XL. Son de gente real. ¿Quién es Julia, la escultura de la niña de la plaza de Colón de Madrid?
J.P. A veces me dicen: «Tengo una hija fantástica», y me mandan una foto. Pero igual no me interesa porque busco belleza interior. Y hay gente que no tiene ninguna.
«Yo no quiero ser internacional; quiero ser universal, que no es lo mismo. Para ser universal, debes estar arraigado en tus orígenes. Esa es mi búsqueda»
XL. ¿Y Julia?
J.P. Es una niña del País Vasco que me fascinó. Es sobrina de una de mis ayudantes. La escaneé, porque yo escaneo a quienes retrato; no hago fotografías. Me pareció muy apropiada la serenidad que emana para la plaza de Colón. Escaneo los sábados porque los niños no tienen escuela y vienen con sus padres. Es un momento divertido. Mira, el otro día inauguré en Estocolmo y me hizo muchísima ilusión porque me invitaron a comer Victoria, la princesa, y su marido porque hice a su hija, la princesa Estela.
XL. ¿Contactaron los príncipes de Suecia con usted?
J.P. Sí, y comimos allí en su casa con Laura (mi mujer) y el galerista de Estocolmo. Fue precioso porque es una familia muy simpática, los escandinavos son gente muy austera. Son muy estrictos, pero muy directos, sencillos. Hemos hecho amistad.
Aunque parezca mentira, nuestro escultor más importante en el mundo todavía no había sido reconocido a lo grande en España. «Mi obra aquí no acababa de cuajar», dice. Ahora, por fin, y a los 63 años, el catalán Jaume Plensa va a protagonizar dos grandes exposiciones, en Madrid y Barcelona. Hablamos con él en su estudio, una auténtica factoría de belleza.
XL. ¿Dónde está Estela?
J.P. La tienen en su casa. Como no podían venir al estudio porque hay mucha seguridad, he ido yo a escanearla.
XL. ¿Y si Estela no le hubiera convencido?
J.P. Lo habría rechazado. Pero es un encanto. Y su madre, otro: yo necesito ver las orejas para tener toda la información y Victoria, la futura reina, le arregló el pelo.
XL. ¿Por qué elige niñas?
J.P. Ese momento en una mujer me fascina porque cambia muy deprisa. Es como un retrato fijado en el tiempo. Ya no es «esta es Hortensia; esta, Yolandita… aquella es Cloe». Cada una es una, pero en el fondo nos representan a todos. Esto empezó en la Crown Fountain, en aquel proyecto que hice en Chicago: filmé mil caras de gente de la ciudad. En el fondo, yo lo que busco es hablar de la diversidad: qué bien estamos cuando estamos juntos, pero cada uno trayendo su memoria y su información. Y cuanto más diversos seamos, más cosas tendremos que decirnos. Hay una memoria común que nos une a todos. A mí eso me encanta porque yo no quiero ser internacional; yo quiero ser universal, que no es lo mismo. Para ser universal, has de estar absolutamente enraizado en tus orígenes. Esta es una de las búsquedas de mi obra.
XL. ¿Cómo ha vivido el procés?
J.P. Ha sido una época convulsa, de mucha confusión, que confío en que vaya mejorando en el futuro.
Contagiar entusiasmo. «A mi edad (69 años) ya me faltan muchos de mis amigos y parientes. Hay más pasado que futuro. Pero eso no me quita el entusiasmo, todo lo contrario. Hay que pasar un mensaje de esperanza, sobre todo, a los más jóvenes. Mira los Juegos Olímpicos: siguen batiendo récords, ¿no es fascinante?», cuenta Jaume Plensa. Aquí: la sala de dibujo de su estudio.
XL. No le gusta el tema...
J.P. Siento que aún me falta distancia para poder valorar este periodo tan reciente de nuestra historia.
XL. ¿Crea para usted o para lanzar un mensaje?
J.P. Siempre les digo a los estudiantes: «Tenemos un oficio maravilloso porque puede estar equivocado todo el mundo menos tú. Si tienes una idea, realízala, fabrícala, fíjala». Me toman por un romántico, pero les transmito entusiasmo y energía, porque parece que si no eres aceptado por el grupo no existes. Eso es mentira. Hemos de pasar esta información a los jóvenes: creed en vosotros.
XL. Dice que vive en su mundo interior, pero irá al teatro, al cine...
J.P. Sí, y me gusta, pero yo puedo ver la misma película cuarenta veces. No necesito ver lo último. Recomiendo que se vuelva a leer un mismo libro, igual que vuelves a ver el mismo cuadro o la misma escultura. Porque tú no eres el mismo, la forma de entender la obra es distinta. Revisar lo que tú crees que ya conoces es maravilloso... Y yo no soy muy curioso.
XL. ¿No es muy curioso?
J.P. No. La creación nace de las rutinas. Grandes artistas lo han dicho: que la inspiración te pille trabajando.
«Mi padre veía que exponía. Pero siempre me preguntaba: '¿Ya tienes trabajo?'. Eran muy buenas personas mis padres. Y no tuvieron una vida fácil»
XL. ¿Es su caso?
J.P. Sí, pero trabajar no quiere decir estar encerrado picando piedra. Porque el estudio es mi cabeza. Es el gran lugar donde todo ocurre: sueños, pasiones… Este cerebrito oscuro que poseemos me tiene fascinado, es el gran palacio del conocimiento. Por eso hago cabezas.
XL. ¿En su familia había artistas? Su padre tocaba el piano.
J.P. Mis padres vivieron épocas muy difíciles porque nacieron con la Guerra Civil. Tuvieron aspiraciones que no lograron: a mi padre le hubiera gustado ser músico y a mi madre, cantante. Pero la vida no fue fácil para ellos.
XL. ¿Sus padres vivieron su éxito?
J.P. No. Mi madre murió muy joven. Y mi padre no fue muy consciente. Vio que exponía y tal, pero siempre me preguntaba: «¿Ya tienes trabajo?». Eran muy buenas personas mis padres.
XL. De niño...
J.P. Era un desastre. Te pondré un ejemplo: yo no floto; no sé nadar. Mi madre me llevó a intentarlo por todas partes. Y no lo logré. Unos amigos me llevaron al mar Muerto y allí flotaba como un pez. Entonces, me di cuenta: mi madre nunca me había llevado al mar adecuado. Esto se lo digo a los jóvenes: «Tenéis que buscar vuestro mar, vuestro lugar, donde lo que parecían defectos se convierten en virtudes». En la escuela me enseñaban cosas que no me provocaban inspiración. Hasta que me di cuenta de que yo tenía que buscar mi lugar.
El rojo del hierro. «El rojo es el color del hierro cuando está fundido, cuando sale del horno. Parece que entras en un horno, en una parrilla y, sin embargo, el neón no se calienta», cuenta Plensa mientras explica una de las obras de la exposición Materia interior, en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid.
XL. No era buen estudiante.
J.P. Fatal. Murió hace poco la que fue mi profesora de Matemáticas desde los 12 años. Nos hicimos muy amigos, tal vez porque como me suspendían permanentemente era a la que más veía. La de dibujo, que me descubrió a los 11 años, también era maravillosa. Intenté hacer Bellas Artes, pero no lo conseguí porque era horroroso.
XL. ¿Conoció a Laura allí?
J.P. No, ella hizo Bellas Artes, pero nos conocimos por casualidad en otro sitio. Ella ha sido mi fortuna. Mi suerte ha sido ella porque me ha dado orden, yo soy un caos absoluto.
XL. ¿Cree que ya ha triunfado?
J.P. No, qué va. Puedes tener momentos de fortuna en los que tu obra conecta con los demás, pero el mundo del arte es oscilante. Lo interesante es que tu obra vaya convirtiéndose en un todo. Por eso, esta exposición de Madrid me hace tanta ilusión: he tenido que mirar atrás para encontrar obras de hace años. Yo empecé forjando hierro con el yunque. Ha sido un crecimiento natural y progresivo.
XL. ¿Le ha sorprendido cómo ha ido evolucionando su vida?
J.P. Absolutamente. Ha sido al revés de lo que imaginaba, como ha de ser. Si no, sería aburridísimo. Yo soy mucho más feliz que cuando tenía 30 años, pero incomparable. Es un privilegio ser artista porque vives en la interrogación permanente, y esto te da un estado como de excitación muy fuerte. También es una tensión enorme. No es cómodo. Pero es un privilegio. Y cuando alguna institución académica te reconoce… Me ha hecho mucha ilusión que la Academia de San Fernando me haya nombrado académico. No te lo puedes imaginar. Y no sé cómo disculparme con ellos porque no logro hacer un discurso. Mira que escribo mucho, pero hay algo que no acabo de cuadrar. Hace dos años de esto y aún no he hecho el discurso. Soy caótico. Este es mi problema.
XL. Un artista no se retira nunca y más cuando la cabeza es el estudio.
J.P. ¿Esto es bueno o es malo? No lo sé. Me ha hecho mucha ilusión cuando has entrado y has dicho que estabas como en shock... Cuando alguien siente esa emoción, justifica todo lo que haces. Esto es mi vida. Mi problema es que la próxima obra pueda justificar todas las que me han salido mal. Yo tengo esta obsesión: siempre intentar mejorar un poquito.
XL. ¿Se ha planteado estudiar música?
J.P. Y tanto. Cuando era niño. Pero soy zurdo y me salía fatal. Lo intenté con la guitarra, cambié las cuerdas de posición como Paul McCartney y el profesor se enfadó mucho. Era una época oscura en la educación también. A mí me llegaron a atar la mano para que escribiera con la derecha. Toqué un poco el piano, pero supongo que era una búsqueda de mi padre.
En su cabeza. «Este cerebro oscuro que tenemos me fascina, es el gran palacio del conocimiento», confiesa el artista internacional. En la imagen de apertura, Plensa junto a una de sus nuevas obras de la exposición Materia interior.
XL. De cuando se metía en su piano...
J.P. Cuando me enfadaba con mi hermano, me escondía en un piano vertical: cabía en cuclillas y allí me sentía protegido. Cuando mi padre tocaba sin saber que yo estaba dentro, había una vibración perfecta del mundo. Siempre he estado muy cerca de la música: he hecho piezas con notas musicales. Porque la música también es un alfabeto, y las fórmulas matemáticas, que también me fascinan aunque no las entienda.
XL. ¿Le preocupa la vejez?
J.P. He cumplido 69 años, una edad importante. A mí la vejez me gusta si tienes la suerte de que la enfermedad no te castigue. Es maravillosa porque tienes una distancia con las cosas que la juventud no te permite. Es muy difícil ser joven. Yo los admiro mucho. Cuando tienes ya una edad como la mía, tienes una capacidad extraordinaria de disfrutar visualmente de las cosas. Me encanta ver a los jubilados mirando las obras porque aprendes mucho.
XL. Reivindica la desaceleración.
J.P. Cuando inauguré mi primera gran exposición en París, hice un texto en el que reivindicaba ser lento, muy lento, tres veces más lento. Empezaba así ese texto y me doy cuenta de que, sin saberlo, estaba hablando de mi forma de vida. Parece que he vivido muy rápido, que he hecho muchas cosas, pero lo he hecho con gran lentitud. La escultura no puede ser de otra manera. Dicen que la gente se parece a su perro. Pues yo me parezco a mis esculturas. La lentitud y el silencio son algo que hemos de reivindicar.
XL. ¿Es este un buen momento para la creación?
J.P. Supongo que sí. Hemos pasado del mundo industrial al tecnológico. Ahora estamos entrando en la inteligencia artificial y todo el mundo está muy asustado. Yo no. Creo mucho en el ser humano, y la inteligencia artificial será un instrumento más que nos ayude a crecer y desarrollarnos.
XL. No la teme.
J.P. Ojo, hay gente que la estará utilizando mal, pero también hay quien conduce en dirección contraria y no prohíbes los coches. Pero no entiendo que nos preocupe la inteligencia artificial y no que alguien piense todavía que la guerra es una solución. Estoy desesperado con esto de la guerra. De verdad. Que no haya guerras, por el amor de Dios.
XL. ¿Busca la soledad? ¿Le gusta?
J.P. Como escultor trabajas en equipo, con gente que me ofrece sus manos para ayudarme a formalizar una obra. Yo soy entusiasta porque estar vivo es un privilegio. Creo que a veces el intelectual es un poquito autocomplaciente: hablar del dolor y la tristeza está muy bien, pero también tienes que hablar de la esperanza. A mi edad ya me faltan muchos de mis amigos y parientes. Hay más pasado que futuro. Pero no me quita el entusiasmo. Todo lo contrario. Hemos de pasar esperanza, sobre todo, a los más jóvenes. Mira los Juegos Olímpicos. ¿Cómo se pueden batir récords aún? ¿No es fascinante? El ser humano es extraordinario.
«Era un desastre en la escuela, no acabé Bellas Artes y no sé nadar, me voy abajo como una piedra. Solo floto en el mar Muerto. Les digo a los jóvenes: 'Buscad vuestro mar'»
XL. ¿Cuántos hijos tiene?
J.P. Tres. El mayor es actor y padre de dos niños. El mediano, que es inversor, vive en Nueva York. Y el pequeño es cocinero y tiene un restaurante en Barcelona. Con el que más relación tenemos es con el de Nueva York. Es economista y me ha ayudado mucho porque hemos creado una fundación. A mí me gustaría dejar algo como legado. Aún no tenemos ni un sitio, pero la hemos creado porque no sabes la cantidad de obras que tengo, varios almacenes llenos.
XL. Y no se desprende de ellas.
J.P. Yo sería mi gran coleccionista. Cuando se te va una obra es como si te arrancaran un trocito de ti. Pero soy contradictorio porque ¡qué felicidad cuando alguien tiene tu obra!
XL. La Crown Fountain, que cumple 20 años, es un símbolo de Chicago.
J.P. Un poquito sí. Cuando voy, lo primero que hago es ir a verla para comprobar si es verdad que existe. Porque fue un sueño. Estuve cuatro años trabajando en ella. Ha sido una pieza que transformó muchas ideas. Y para los urbanistas fue un shock.
XL. Es más complicado crear arte para espacios públicos.
J.P. He creado piezas que se han vuelto bastante icónicas en muchos lugares del mundo. Le doy mucho valor al espacio público porque es donde el arte es más democrático; ofreces belleza a gente que no te lo ha pedido. No estás protegido por el museo, sino en la calle, a lo bestia, a lo salvaje. El espacio público es la casa de todos.
XL.Julia sigue en la plaza de Colón.
J.P. Es de la Fundación Masaveu Peterson. La compraron para dejarla allí durante doce meses, y cada año hacen un convenio con el Ayuntamiento y la vuelven a dejar. Te lo juro que me hace mucha ilusión. Se ha fundido con Madrid. Para un artista es de lo mejor que te puede pasar.