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Criptos ensangrentadas
Viernes, 20 de Junio 2025, 11:11h
Tiempo de lectura: 6 min
Una mañana del pasado mayo en el distrito XI de París. Tres encapuchados intentan arrastrar a una mujer hacia una furgoneta. Las cámaras de los vecinos captan la escena: forcejeo en pleno día, gritos y un comerciante heroico que sale con un extintor para frustrar el secuestro. La víctima era la hija del CEO de Paymium, una plataforma de criptomonedas. Veinticinco personas fueron imputadas por pertenencia a una red criminal multinacional en este caso.
Un mes antes, cuatro hombres habían secuestrado al padre de otro 'magnate cripto' francés. Lo retuvieron durante días, le cortaron un dedo y grabaron el momento para enviárselo a su hijo millonario. El mensaje era claro: ocho millones de euros o más dedos. Fue rescatado en una redada policial antes de efectuar el pago.
Los números confirman que esto no son casos aislados: 22 secuestros relacionados con criptomonedas se documentaron a nivel mundial solo en 2024. De ellos, media docena en Francia. El 22 de enero, el cofundador de Ledger –la empresa que fabrica los dispositivos «más seguros» para guardar criptomonedas– fue secuestrado junto con su mujer. Los delincuentes asaltaron la casa de Balland y durante las 48 horas de cautiverio le cortaron un dedo y grabaron el momento para enviárselo a su socio, exigiendo un rescate de entre 10 y 100 millones de euros en criptomonedas.
Ledger es una empresa francesa que revolucionó el almacenamiento de criptomonedas creando carteras físicas ultraseguras. Sus dispositivos, parecidos a un USB, permiten guardar bitcoins y otras criptos sin conexión a Internet. David Balland (en la foto), ingeniero de 36 años, cofundó Ledger en 2014 y había acumulado una fortuna de 285 millones de euros. Vivía en el centro de Francia, lejos del bullicio de... Leer más
Las criptomonedas prometían libertad financiera. «Sé tu propio banco», era el lema. Pero ser tu propio banco significa también ser tu propio guardia de seguridad, y la mayoría de los nuevos ricos del bitcoin no estaban preparados para eso.
La comunidad cripto ha construido su seguridad sobre pilares tecnológicos aparentemente inquebrantables: la criptografía de 256 bits (un sistema de cifrado que necesitaría billones de años para romperse), los algoritmos SHA (funciones matemáticas que protegen las transacciones) y el mantra «not your keys, not your crypto» ('si no controlas las claves privadas, no controlas el dinero'). Pero toda esta fortaleza digital tiene un punto débil: el factor humano.
Los dispositivos Ledger, por ejemplo, pueden resistir a los hackers más sofisticados del mundo, pero no a un secuestrador con una motosierra. Paradójicamente, David Balland –el cofundador mutilado de Ledger– había construido su fortuna creando precisamente estos dispositivos físicos «inquebrantables» para guardar criptomonedas offline. Y sí, la criptografía es y sigue siendo inviolable (hasta que lleguen los ordenadores cuánticos), pero visionar una amputación rompe cualquier resistencia psicológica. Es la vulnerabilidad con la que nadie contaba en la era digital: toda la seguridad tecnológica se viene abajo cuando el eslabón más débil eres tú mismo o tu familia.
Los criminales lo han entendido antes que nadie. Porque, además, tienen más experiencia que nadie en este sector. Mientras que las instituciones financieras tardaban años en confiar en las criptomonedas, los delincuentes fueron sus primeros early adopters. Silk Road, el mercado negro de la deep web, fue el primer caso de uso masivo del bitcoin. Desde entonces, cada innovación cripto ha sido adoptada primero por quienes blanquean dinero: narcotraficantes y estafadores. Ahora han dado el siguiente paso: si no pueden hackear la tecnología, hackean al humano.
La brutalidad no entiende de fronteras. En Nueva York, un ciudadano italiano de 28 años vivió 17 días de infierno en una mansión de ocho habitaciones en SoHo que costaba 40.000 dólares mensuales de alquiler. John Woeltz y William Duplessie, dos presuntos inversores, le habían tendido una trampa: primero le robaron bitcoins amenazando a su familia y después le ofrecieron «devolvérselos en persona» si viajaba a Estados Unidos.
Lo que encontró fue una casa de torturas equipada con motosierras, cables eléctricos, crack y un AirTag que le pusieron al cuello como si fuera una mascota. Durante más de dos semanas lo colgaron del edificio, le aplicaron descargas eléctricas en los pies, lo obligaron a fumar drogas y le orinaron encima. Todo para conseguir la contraseña de su wallet. Dos detectives de la Policía de Nueva York trabajaban para los secuestradores. Uno de ellos, asignado al equipo de seguridad del alcalde, había recogido al italiano en el aeropuerto y lo había llevado al apartamento donde fue torturado. El italiano pudo escapar cuando los criminales fueron a buscar su portátil.
Los números hablan por sí solos: Francia ha tenido que crear medidas especiales de protección para empresarios del sector cripto. Estados Unidos investiga la corrupción policial vinculada a estos casos. No son incidentes aislados, es la emergencia de un nuevo tipo de crimen organizado.
El fenómeno viene gestándose desde hace tiempo. En diciembre de 2023, Aiden Pleterski –de 24 años y autoproclamado Crypto King– fue secuestrado en Toronto (Canadá) por uno de sus propios inversores. Akil Heywood había perdido 740.000 dólares con Pleterski, que se gastó 41,5 millones de inversores en coches de coleccionista (tres McLarens, dos Lamborghinis) y vacaciones de lujo mientras solo invertía el 1,6 por ciento del dinero recaudado. Durante tres días lo torturaron y golpearon hasta obligarlo a grabar un vídeo para pedir perdón. Lo soltaron con una amenaza: pagar rápido y no ir a la Policía. Que el perfil del caso sea el de un inversor estafado que se 'radicaliza' y se toma la justicia por su mano dice bastante de cómo se las gastan en este mundillo incluso los inversores legítimos. El agraviado Heywood estaba tan fuera de sí que incluso amenazó en sus redes sociales a la autoridad que investigaba la bancarrota.
Los delincuentes han profesionalizado sus métodos con una eficiencia aterradora. Tienen casas seguras de lujo, vigilancia previa de las víctimas, protocolos de tortura psicológica y redes de corrupción en las fuerzas del orden. Van a por los familiares porque es más fácil secuestrar a una hija desprevenida que a un CEO con seguridad privada.
Lo que vemos ahora en el mundo cripto representa un salto cualitativo: técnicas híbridas que combinan la violencia del hampa tradicional con el conocimiento técnico de los hackers. Los criminales no solo secuestran y torturan: también saben cómo usar los mixing services (‘servicios de mezclado’) para hacer desaparecer el rastro... Leer más
La irrevocabilidad de las transacciones blockchain (el sistema operativo) los favorece: una vez que transfieren las criptomonedas, no hay vuelta atrás. No hay banco que pueda cancelar la operación ni autoridad que pueda revertirla. Es el crimen perfecto para la era digital.
Las criptomonedas han creado una clase de nuevos ricos que viven en un limbo regulatorio. El perfil de la víctima es muy concreto: millennials de 30 o 40 años que acumularon fortunas rápidamente a través de la innovación tecnológica, pero que carecen de la infraestructura de seguridad que protege a los ricos de toda la vida. Son millonarios con activos que pueden mover de manera instantánea a cualquier parte del mundo, pero sin las protecciones tradicionales de la banca: cámaras acorazadas, seguros de depósito… La comunidad cripto, que se enorgullece de haber eliminado a intermediarios y autoridades de sus transacciones, ahora descubre que esos intermediarios también proporcionaban seguridad.
Con Bitcoin superando los 105.000 dólares (en máximos históricos), los incentivos para delinquir se han multiplicado exponencialmente. Y los criminales han encontrado una fórmula que funciona: víctimas ricas y desprotegidas, activos fáciles de transferir y tecnología que favorece el anonimato. El sector está reaccionando, aunque a toro pasado: Coinbase gastó 6,2 millones de dólares en seguridad para su CEO en 2024, Circle destinó 800.000 para proteger al suyo, y Robinhood invirtió 1,6 millones en protección ejecutiva. Ya sabíamos que la revolución financiera digital había creado su propio Salvaje Oeste. Pero era un territorio virtual. Y, en este mundo donde la frontera entre nuestras vidas digitales y físicas es cada vez más difusa, lo que vamos sabiendo de este nuevo territorio es que la única ley que importa es la más antigua de todas: la del más fuerte.