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El 'carnicero' de Hitler y... de Pablo Escobar: cómo un nazi internacionalizó la cocaína

Klaus Barbie en Sudamérica

El 'carnicero' de Hitler y... de Pablo Escobar: cómo un nazi internacionalizó la cocaína

Barbie, ya en Sudamérica en 1972, cuando ejercía como jefe de seguridad de los mayores narcotraficantes.

Fue un sanguinario líder de la Gestapo en la Alemania nazi y acabó siendo la mano derecha de los grandes narcotraficantes latinoamericanos, clave en la internacionalización del tráfico de cocaína. Todo ello, revela ahora una nueva investigación, con la aquiescencia de los servicios secretos norteamericanos. 

Viernes, 04 de Julio 2025, 09:54h

Tiempo de lectura: 10 min

Esto no puede estar pasando!», gritaba un hombre de corta estatura, pelo canoso, con aspecto inofensivo, el 4 de febrero de 1983 en el aeropuerto de La Paz (Bolivia). El hombre responde al nombre de Klaus Altmann, tiene 70 años y lo acompaña el recientemente nombrado viceministro de Interior, Gustavo Sánchez, un periodista que seguía la pista a Altmann desde hacía años. Unos días antes, el nuevo Gobierno progresista de Bolivia lo había detenido por evasión fiscal. Pero sabían que aquello era el menor de sus crímenes. Cuando llega al aeropuerto, Altmann también lo sabe: va a ser deportado por sus crímenes contra la humanidad. Y no da crédito. Porque, después de toda una vida de impunidad, Altmann nunca creyó que sus poderosos amigos lo dejarían caer.

Él es en realidad Klaus Barbie, uno de los miembros más sanguinarios de la Gestapo, conocido como 'el carnicero de Lyon', pero también confidente de la CIA, mano derecha de los mayores narcotraficantes del mundo... No puede estar pasando.

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Los inicios del 'carnicero'. Barbie, con su uniforme nazi, en los años treinta.

Apenas unos meses antes, en diciembre de 1982, Barbie estaba en un escenario bien distinto, en una fiesta con más de doscientes invitados; entre ellos, Pablo Escobar, el líder del cártel de Medellín. El anfitrión era Roberto Suárez, autoproclamado 'rey de la cocaína', el capo de la droga de Bolivia, el mayor productor de cocaína del mundo. Suárez celebraba el regreso de su hijo mayor, acusado en Estados Unidos de narcotráfico, pero absuelto por falta de pruebas.

Barbie, a quien conocen como Altmann, era el asesor de seguridad de Suárez y líder de facto de los servicios secretos bolivianos. Se dedicaba a eliminar por igual a los enemigos de la dictadura y a los del cártel. Tenía su propio escuadrón de asesinos.

Miles de hombres, mujeres y niños fueron torturados, enviados a campos de exterminio o asesinados. Barbie era, según los supervivientes, un sádico brutal

En Europa, con su auténtico nombre, Klaus Barbie, también tenía sus escuadrones de la muerte: como jefe de la Policía secreta de Hitler, la Gestapo, en la ocupada ciudad francesa de Lyon, se le encargó aplastar a la resistencia. Miles de hombres, mujeres y niños fueron torturados, enviados a campos de exterminio o asesinados. Barbie era, según los supervivientes, un sádico brutal.

La ruta de las ratas de la CIA

Como tantos criminales nazis, Barbie escapó tras la guerra y se instaló en Bolivia. «Logró establecer rápidamente excelentes redes en La Paz», afirma el historiador Peter Hammerschmidt, que investigó a Barbie durante mucho tiempo. Pero ahora un documental, El cártel nazi, y la investigación de Der Spiegel en los archivos de la CIA y del Congreso de Estados Unidos han revelado en profundidad el rol clave de Barbie para establecer los primeros cárteles de cocaína del mundo y el papel que los servicios secretos americanos desempeñaron en todo ello.

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Una pareja privilegiada. Barbie llegó a estar en prisión en Bolivia por irregularidades en sus negocios. Pero, dados su poder y su connivencia con los poderes fácticos del país, estuvo recluido en una cárcel de menor seguridad, en la que incluso su esposa le llevaba la comida cada día (momento que recoge la foto).

La investigación demuestra que en las décadas de los setenta y ochenta las autoridades estadounidenses sabían dónde estaba Barbie y qué hacía en Bolivia mientras los cazadores de nazis intentaban atraparlo. Y arroja luz sobre cómo los nazis y los narcos conspiraron para hacer de Bolivia un narcoestado, muy posiblemente con el beneplácito de la CIA, la misma agencia que lo ayudó a huir a Sudamérica en 1952.

Desde 1945, la justicia de Lyon buscaba a Klaus Barbie por crímenes de guerra, pero él sabía de qué modo esquivarla: colaborando con el Cuerpo de Contrainteligencia (CIC), la agencia de espionaje del Ejército de Estados Unidos, que buscaba confidentes, por deplorables que estos fueran, en su nueva lucha contra el comunismo. Así Barbie creó en Baviera una red de espías para los norteamericanos, que estaban impresionados por su eficacia.

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La General Motors de la cocaína. Roberto Suárez (en la foto con su esposa, Ayda Levy), heredero de una rica familia de Bolivia, reunió a la mayoría de los productores de hoja de coca y cocaína de su país en una sola organización, La Corporación, descrita como «la General Motors de la cocaína».

Pero la prensa francesa empezó a publicar las atrocidades de las SS que implicaban a Barbie y la presión política aumentó. El CIC (que luego será la CIA) decidió deshacerse de Barbie, pero sin que cayese en manos de los franceses, porque dejaría en evidencia que colaboraban con criminales nazis. Precisamente para estos casos existía un eficaz sistema de escape, llamado 'la ruta de las ratas', que permitió sacar a muchos criminales nazis rumbo a Sudamérica. 

Barbie llegó a Bolivia como el mecánico Klaus Altmann, con su esposa y sus dos hijos, y se abrió camino primero como gerente de un aserradero y más tarde comerciando con corteza de quina. Barbie aprendió a perseverar desde muy joven.

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El gran beneficiado. Pablo Escobar, líder del cártel de Medellín, del que Roberto Suárez era el principal proveedor.

Educado en un internado en Tréveris, en el suroeste de Alemania, aprendió allí «puntualidad, disciplina, orden y camaradería», según contó él mismo. En casa, un padre alcohólico y tirano atormentaba a su hijo: lo educó con un látigo y le inculcaba un odio profundo. Su infancia estuvo llena de «sufrimiento verdaderamente amargo», escribió más tarde. 

Ya de adolescente, Barbie se entusiasmó con el nazismo y no tardó en pasar de las Juventudes Hitlerianas al Servicio Secreto. En noviembre de 1942, Barbie fue nombrado jefe de la Gestapo en Lyon e impuso un régimen de terror. 

En Bolivia aseguran que no sabían nada de todo esto cuando contrataron a Barbie. «No sabíamos quiénes eran los alemanes buenos y los malos. Durante y después de la guerra, muchos inmigrantes judíos también llegaron de Alemania», dice ahora Gary Suárez, de 62 años, hijo de Roberto Suárez, el narcotraficante boliviano para el que trabajó Barbie durante años. 

El rey de la cocaína de Bolivia auspicia un golpe para convertir el país en un narcoestado. Lo organiza Barbie con 'los novios de la muerte', un escuadrón neonazi

Suárez conoció a Klaus Barbie, alias Altmann, a finales de los setenta. Barbie ya se había forjado en aquel momento una reputación: como «el jefe de facto de todo el aparato de inteligencia» del Gobierno, dice Gary Suárez.

Barbie se sentía en Bolivia como en casa, donde los gobiernos militares reprimían brutalmente cualquier oposición. Cuando el coronel Hugo Banzer, de ascendencia alemana, tomó el poder en Bolivia en 1971 después de un sangriento golpe de Estado, enseguida se dijo que Barbie era el cerebro del golpe. 

El 'Scarface' de América Latina

Es difícil creer que Suárez no supiese quién era Altmann, pero no le molestó, porque era el hombre perfecto para ayudarlo a llevar a cabo su gran plan de convertir Bolivia en un narcoestado.

Y eso que la mujer de Suárez, Ayda Levy, es de ascendencia judía... y de Lyon. El padre de Levy emigró a Bolivia, pero su tía se quedó. En enero de 1944, la tía de Ayda fue arrestada por los secuaces de Barbie y deportada a un campo de concentración con su marido y sus hijos. Ella descubrió en 1983 que el hombre que había estado sentado a su mesa durante años era 'el carnicero de Lyon'.

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La detención tardía. El proceso judicial contra Barbie comenzó en enero de 1987 en Lyon y tuvo una importante cobertura mediática. Como los crímenes de guerra que tuvieron lugar en la Francia de Vichy prescribían a los 20 años, solamente se lo juzgó por las deportaciones de poblaciones civiles. Fue condenado a cadena perpetua.

Y es Ayda Levy la que años después escribe la biografía sobre Suárez, El rey de la cocaína, en la que cuenta su vida de lujo absoluto, codeándose con la jet set internacional, y que incluso inspiró uno de los personajes de la película de Brian de Palma Scarface, que disfrutaba viendo con Pablo Escobar. Pero lo único que le recrimina a su marido, además de sus infidelidades, es la muerte de su hijo mayor, Roby, en 1990, un asesinato del que ella, con todo, responsabiliza a los norteamericanos.

Roberto Suárez, atractivo y encantador, provenía de una de las familias más ricas de Bolivia, que hizo fortuna con el monopolio de la producción de caucho hasta que el plástico sintético devaluó el negocio y obligó a la familia a reconvertirse hacia la industria ganadera. Pero Suárez era ambicioso y no tardó en reparar en que el gran negocio no estaba en las vacas, sino en otro producto autóctono de Bolivia: la planta de coca. Una nueva industria en auge porque los banqueros de Wall Street y los altos directivos de Hollywood consumían cocaína con fruición.

Pronto, Suárez tuvo toneladas de pasta base de cocaína producida en laboratorios bolivianos. Un cuasi monopolio que nadie podía eludir. Especialmente los colombianos que producían en menor medida, pero se habían especializado en transportarla.

Las actividades cada vez más excesivas de la nueva coalición 'narconazi' de Barbie y Suárez no pasan inadvertidas para nadie. ¿Y qué hizo en aquel momento Estados Unidos? Mirar para otro lado... como mínimo

Suárez y Pablo Escobar, entonces un joven contrabandista colombiano con buena visión para los negocios, se llevaron bien desde el primer momento. «Tenían una muy buena relación», asegura Gary Suárez. Mientras Suárez organizaba el cultivo de coca, Escobar profesionalizaba el transporte a Estados Unidos en aviones, lanchas rápidas y hasta submarinos. 

Suárez ganaba mucho dinero, pero Escobar se convirtió rápidamente en una de las personas más ricas del mundo. Al narco boliviano le molestaba esa inferioridad, pero no podía copiar el modelo de Escobar ni enfrentarse a los colombianos. 

Suárez tenía que encontrar otra forma de expandir su poder  y decidió dar un paso radical. Suárez acordó con el general Luis García Meza financiar un golpe de Estado que este ejecutaría el 17 de julio de 1980 a cambio del monopolio de la coca en el territorio boliviano. 

Ayda Levy lo cuenta así: «Mi esposo me explicó que, de la misma manera que algunos países tenían inmensas reservas petroleras y auríferas, a nosotros nos había tocado la coca. Su argumento principal fue que, ante la caída del precio del estaño en los mercados internacionales, la coca era el único recurso estratégico que le quedaba al Gobierno para sacar al país del subdesarrollo y saciar el hambre del pueblo».

Klaus Barbie acabó en la cárcel, pero sin arrepentirse de nada: «Soy un nazi convencido y, si naciera otras mil veces más, volvería a ser mil veces lo mismo que he sido»

Roberto Suárez, como muchos otros narcos, repartió importantes cantidades de dinero en los barrios y poblados más pobres para asegurarse su apoyo. De hecho, se autodenominaba el 'Robin Hood boliviano' y se presentaba como un benefactor y «un hombre de Estado». 

De la parte sanguinaria, claro, se ocupan sus secuaces. Klaus Barbie, cuenta ahora Gary Suárez, fue quien se hizo cargo de la organización del golpe. El exmiembro de la Gestapo llevó a Bolivia a un grupo de mercenarios, organizados en torno al neonazi Joachim Fiebelkorn. 

El grupo se hacía llamar Los Novios de la Muerte y operaban como tales; unos escuadrones de la muerte que acorralaban a los opositores al régimen, los torturaban y los hacían desaparecer. Y también trabajaban directamente para Suárez, eliminando a los productores independientes de cocaína que le obstaculizan el paso. En Bolivia no se movía un solo gramo de cocaína sin la autorización de Suárez.

Las actividades cada vez más excesivas de la nueva coalición 'narconazi' de Barbie y Suárez no pasan inadvertidas para nadie. ¿Y qué hizo en aquel momento Estados Unidos? Mirar para otro lado... como mínimo. Durante la Guerra Fría, Washington intentó desestabilizar los gobiernos de izquierda en América Latina, para evitar una segunda Cuba. Los medios no importaban.

Según Der Spiegel, hay indicios de que la CIA también estuvo involucrada en el 'golpe de la cocaína' en Bolivia, aunque no está probado que Barbie proporcionara información a la CIA. El líder mercenario Joachim Fiebelkorn, en cualquier caso, afirmó que la CIA había dado a Barbie «luz verde» directa para el golpe. Y Gary Suárez tiene una opinión similar: «La CIA, ciertamente, lo sabía».

Cuando se volvieron 'completamente locos'

Pero en los ochenta en Estados Unidos el estado de ánimo respecto a las drogas iba a cambiar porque el país se inundó de una variante más barata y mucho más peligrosa que la cocaína: el crack. Y, además, dice Gary Suárez, «en Colombia se volvieron completamente locos; asesinaban a candidatos presidenciales, mataban policías todos los días. No se pueden hacer negocios con gente así».

Los narcoestados como Bolivia se volvieron ingestionables. En el otoño de 1982, la coalición de militares y narcotraficantes se derrumbó, dejando un país arruinado.

En 1988, Estados Unidos solicitó la extradición de Roberto Suárez. El Gobierno boliviano no accedió a la petición, pero Suárez fue detenido y condenado a 15 años de prisión. Solo cumplió una parte y «en el sector vip de la cárcel», afirma su hijo. Falleció de un infarto en una de sus mansiones a los 68 años.

Klaus Barbie tuvo un final peor, pero en ningún caso proporcional a sus delitos. Tras un juicio por crímenes contra la humanidad en Lyon, en 1987 fue condenado a cadena perpetua. Cuatro años más tarde, en 1991, murió de leucemia.

En sus cartas a un amigo en Bolivia mientras está en la cárcel lamenta la privación de libertad, dice que echa de menos visitar la tumba de su mujer y su hijo (fallecidos en 1982 y 1987), pero ni un atisbo de arrepentimiento. «Soy un nazi convencido y, si naciera otras mil veces más, volvería a ser mil veces lo mismo que he sido».

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