UN HENCHIDO SILENCIO
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OPINIÓN ·
«Siento el acuciante grito del silencio de la ciudad, las voces umbrías de una Andújar que se advierte callada en la esquina de su alma»ALFREDO YBARRA
ZAGUÁN
Domingo, 20 de octubre 2024
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Esta anochecida de sábado en la que escribo entre la engañosa calma del otoño, tengo la sensación de que mis palabras nacen del silencio, de ese lugar profundo donde se ciernen todos mis argumentos, todas las palabras, todo ese ruido mundano que llena de espacios hendidos y afilada bruma mis pálpitos indecisos. Siento el acuciante grito del silencio de la ciudad, las voces umbrías de una Andújar que se advierte callada en la esquina de su alma, desierta de su costumbre y contemplo el asombro grabado en sus ojos. Ahora no puedo escribir sino de los signos sordos que por las besanas del callejero relatan la historia de una ciudad atada a su engañosa y ostentosa estridencia.
Por un instante la tarde se inunda de un silencio denso y a la vez etéreo. Y escucho ese sonido sordo que de tan desacostumbrado parece un relámpago. Un mudo clamor en medio de la confusión del día a día, en medio de tantas voces destrenzadas, de una amnesia histórica, de un confuso horizonte. Soliloquio de un fragor fraguado a lo largo de los últimos tiempos, reducido a un solo perfil, una sola vertiente. Con truenos de un abaratado ombliguismo se han pintado los alcázares y oteros locales, mientras tantas luces de la andujanía quedan difuminadas, reducido su halo a una contumaz confusión, al olvido, a un desgarro mordaz
Y aquí estoy, cuando todo se ha ido por un rato y la ciudad se quita la prisa, solo queda el sonido mudo del desvelo, el revuelo manso de los árboles, el resuello de los fantasmas en las aceras, el baile olvidadizo de las sombras, el lamento del Guadalquivir buscando su gente y su historia en estos pagos; el juego arriesgado de la calma. Y es que cuando todos por momentos no están, en esta hora, en esta habitación del silencio, todo el devenir de Andújar se hace volcán en erupción. Su lava clamorosamente callada me quema, quema la conciencia huidiza de los andujareños. Miro las calles entregadas al extravío de los sueños. Las veletas, las campanas y los espejos se miran para adentro y la soledad meditativa llena las copas de mi alma.
No sabemos encontrar el silencio ungido de la ciudad. Juan Ramón buscaba el silencio para poder escribir sus versos. En el poema «Hora inmensa» escribió el poeta: «Es de oro el silencio. La tarde es de cristales. / Mece los frescos árboles una pureza errante. / Y, más allá de todo, se sueña un río límpido/ que, atropellando perlas, huye hacia lo infinito…». Sin el silencio no puede haber creación, ni perspectivas fértiles. Sin el instinto que nos guía a través de él, no llegaremos a las emociones, a los sentimientos a los afanes nuevos.
Necesitamos dialogar con el silencio de Andújar, que no es sino su voz más íntegra y perspicaz. Hemos dejado que la ciudad sea morosa de sí misma, que se crea reino de extintos relicarios. Si uno escucha su silencio, la ciudad nos enseña sus verdades más preclaras, sus deseos y sueños, sus penas, sus decepciones, sus heridas y su vértigo. Cuando se toca la raíz del silencio, de ese silencio que rezuma savia, se abren las cumbres de la comprensión.
Repaso mental y sucintamente la crónica de los grandes hechos, de tantos y tantos personajes, que han bruñido el nombre de Andújar. De hecho hace unos días paseaba por el cementerio de Andújar de la mano de un buen conocedor de su nomenclatura y esta era abrumadora, con tantos nombres egregios en la historia local y nacional. Nombres hoy prácticamente olvidados. Igual que olvidamos tantos nombres de andujareños de muy alto currículum dispersos hoy por todas las geografías.
Sin silencio no hay espíritu. El silencio es el que da la cualidad verdaderamente trascendente al pensamiento y a la acción. Pero a Andújar le cuesta escuchar el latido velado de su alma. El silencio no es la simple ausencia de ruido, sino de esa vanidad jactanciosa que hace que los árboles no dejen ver el bosque.
¿Son las voces de Andújar las de la excusa, el desaire, la escorada altivez, el estatismo, el gregarismo pastueño, o las de por ejemplo, los junteros de 1835, o las que alzaron a la ciudad como tribuna oficiante de las Capitulaciones de la batalla de Bailén, el 22 de julio de 1808, o las del Decreto de Andújar? Un decreto que surge durante la intervención francesa en España de los Cien Mil Hijos de San Luís (1823), cuando el duque de Angulema dicta el Decreto de Andújar para atajar la política de represión de las autoridades provisionales españolas. ¿Son las voces de Andújar las del pseudobarroquismo churrigueresco o las del novelista andujareño José Toral y Sagristá, o las de Antonio Alcalá Venceslada, autor del Vocabulario Andaluz (1934) o las de Antonio Sirviente de Cárdenas (Andújar siglo XVI – Granada, 1606); regente de la Audiencia de Sevilla, oidor y presidente de la Chancillería de Granada? Pero son cientos los nombres que se acumulan en los anaqueles de la memoria, sabiendo que la ciudad es olvidadiza e ingrata.
En esta tarde de otoño en la que escribo parece que lo eterno se coge con la mano. Es tan grande el silencio del silencio de Andújar que de su pecho sale un grito insólito que me echa a la cara la luz más viva de la ciudad. En el silencio está el secreto de la conversión.
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