La feria, ese círculo de espejos
OPINIÓN ·
«La Feria de Septiembre de Andújar es un corazón melancólico y una promesa al viento, que deja ver añosos perfiles»ALFREDO YBARRA
ZAGUÁN
Domingo, 7 de septiembre 2025, 20:13
Se acabó el verano con sus devaneos y ensoñaciones. Llegó septiembre, que, queramos o no, nos mete de lleno en las rutinas, en el tiempo fiscalizado, en la noria gris. Sin embargo, la ciudad se da una pequeña prórroga en esa vuelta al otoño fragoso y todavía se mece en cierto regodeo y desorden, un paréntesis que se rubrica en su tradicional feria. Una celebración que para unos es la proclama de un tañer de esquilón pretencioso, como de conjurada hidalguía, mientras que para otros es metáfora de la andujanía; síntesis efímera de esa dicha inmarcesible que nace en el crisol inefable de un pueblo. Una andujanía que sabe que Andújar no es un espacio sino un soplo de brío original, un hontanar de íntimos acordes hecho contumaz pebetero donde se funden todos nuestros astros; puente, columna, alcor, altar, de cenitales saberes de la tierra, de la memoria del subsuelo donde baten sus alas los ángeles que en diálogo oculto nos enseñan los nombres exactos de las cosas.
La feria es esa Arcadia que enciende las pupilas del corazón y ensancha el pecho de quienes buscan la íntestina felicidad, la paz sencilla que brinda la cal y los arriates de este caserío acunado entre el Jándula y el Guadalquivir, entre Sierra Morena y el valle intrépido y verde que se abre a las andalucías. La feria nos llama al fondo de nuestra mismidad y a la nítida nostalgia de cuanto siendo fuimos. Hay unos versos de Jorge Guillén que lustran el regocijo de ser lo que somos: «Hasta las raíces de mi orgullo profundiza, / me cala, / alto y ligero sobre el orgullo levantándome».
La feria es un apreciar desde nuestros muchos sentidos y durante unos días el universo simbólico y mitológico del alma de la ciudad. Es la celebración de la Andújar eterna, la más medular, intimista y patrimonial. Los tiempos cambian y ya no tiene el sabor de la feria que naciera y se mantuviera durante tanto tiempo apegada al río y al Puente Romano.
Quienes la vivimos, aunque fuera en su última etapa, sabemos de esa inconfundible brisa del río en las noches de feria, de ese 'yo que sé' mágico que se trasminaba desde Colón y las Vistillas. Pero no se trata de herirse en la nostalgia, sino de tener memoria, algo que no es malo. Eran otros tiempos y ahora hemos mejorado en mucho. Pero aquella feria tan alabada y famosa tenía una solera especial. Cronistas, significados personajes, viajeros románticos del XIX, la encomiaron y alabaron. Aquellas viandas en cacerolas que las familias se llevaban a las peñas del ferial, las tómbolas, aquellos puestos con botijos a 'perra' el trago, donde se vendían chumbos,…, Penalva y su 'bautizado' caldo con albóndiga. El Teatro Chino de Manolita Chen que para los niños de entonces era algo entre extraordinario, picaresco y pecaminoso, y por supuesto inaccesible. También la feria era una caja mágica para la ilusión infantil, la oportunidad en aquella primera adolescencia para los primeros rubores y cortejar, y para trasnochar. La casa de los espejos, la mujer barbuda, la doncella que se encerraba con una serpiente pitón, el circo (de entonces) las actuaciones de grandes estrellas en el Camping, en la Caseta Municipal y en alguna de las peñas. La ola, los aviones,…Hoy los tiempos, como digo han cambiado y ya en su ubicación actual, tiene otras vertientes, otra fisonomía; y también, como todo, se ha globalizado. Pero aún hoy la feria es la alegoría de ese sentimiento celebrativo del espíritu, del inconsciente colectivo andujareño. Y es que en definitiva la feria es una actitud.
En 1801 el rey Carlos IV concedió a la ciudad de Andújar el privilegio de seis días de feria al año, a celebrar en los últimos quince días del mes de septiembre. De esos días en los tres primeros se vendería ropas y demás mercaderías, añadiendo en los días restantes la venta de todo género de ganado. El tiempo ha pasado. Quedan lejos aquellos días en los que se fletaban trenes desde la provincia cordobesa o desde Linares a las fiestas septembrinas andujareñas. Bien es cierto que hoy la feria debería repensarse profundamente y trenzarse con otros mimbres.
La Feria es un corazón melancólico y una promesa al viento. Es en definitiva un círculo de espejos que deja ver añosos perfiles, inanes resuellos, las claras estancias del alma y anhelos milagrosos. La feria nos recuerda que nuestra Ítaca, nuestra meta, nuestros propósitos, nuestro viaje, hay que conquistarlos con un nuevo astrolabio.
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