Elegía de fin de año
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«Sí, es fin de año, y hoy quiero escribirle a esta Andújar que hace mucho tiempo que me poseyó con su belleza cautiva con su melodía de versos hechos cal y sacra piedra»ALFREDO YBARRA
ZAGUÁN
Domingo, 29 de diciembre 2024
Desde el pasado día 21 nos encontramos ciertamente en el invierno astronómico, que se basa en el movimiento de la Tierra. Ya saben, lo de que ese día comienza el solsticio de invierno, con tanta ascendencia en nuestros simbolismos y ritos. De hecho a lo largo de estos días celebramos las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Es un tiempo de búsqueda de la luz, de espiritualidad, de relatos míticos, de creencias ancladas en lo profundo de nuestra historia y de nuestra alma. Y es así que al punto me detengo en el difuminado altozano del verdadero acontecer, tan agraviado, de esta ciudad que adoro y que tengo enredada en el alma para siempre.
No puedo hoy sino fijar la mirada en sus jardines escondidos, en sus fuentes sordas, en sus torres victoriosas y ahora ajadas, en sus fantasmales palacios y señoríos, en sus homéricos relatos, en el eco de sus célebres alfarerías; en sus afanes reivindicativos, liberales, ilustrados y bizarros. ¡Cómo siento la láurea corona de la verdadera grandeza iliturgitana! Me lo cuentan los olivos cargados de esperanzas y ayes, con su celeste copla, tan tergiversados, con su tesoro medular a cuestas, con su temblor de huesos, vuelto hacia la boca de la tierra. En estos días el olivar es un corazón que se derrama, que se hace nuestra patria. Me lo cuenta la sierra, siempre tan cerca, siempre tan alejada de los anhelos andujareños. Sierra de espesuras poliédricas donde el Jándula se hace oración y trino y astrolabio de una frondosa catedral de encinas, pinares y breñas: veletas de altas citas celestes que cantan con el duende de los sonidos negros. La sierra se hace un sagrado cáliz, metáfora que cabrillea sobre mi pecho estremecido. Me lo cuenta el Guadalquivir, alta torre lorquiana, en sus orillas aterido, sin el candor de un abrazo, alentado y fértil, con la Andújar de mirada anchurosa. Betis, con sus manos de plateado exvoto, césar desangrado en su púrpura, generoso, que eleva el sueño navideño con su insondable canción de tañido limpio, con su latido solitario, con el magma que lleva en su caudal, soñándose océano. Me lo dicen las calles de Andújar, sus esquinas y altozanos, que huelen a tradición, a alhucema, a resol, a perrunas, alfajores y roscos de vino y a recuerdos, y a melancolía y a olvido, mientras el aire se queda detenido sobre la Torre del Reloj como un lamento.
Lejos y muy ceca escucho los villancicos de siempre interpretados por voces que se hacen al mismo tiempo escarcha y maná. Miro y me encuentro con aquel puesto de zambombas y panderetas en la Plaza Vieja, o delante de la Plaza de Abastos, o en el 'Peso de la Harina' y aquellos juguetes de la tienda de Suárez, o del supermercado de la Perla, o de los distintos bazares, que avivaban la fantasía infantil y dirigían nuestro balbuciente pulso en la redacción de la carta a los Reyes Magos.
Sí, es fin de año y hoy quiero escribirle a esta Andújar que hace mucho tiempo que me poseyó con su belleza cautiva, con su melodía de versos hechos cal y sacra piedra, con su mirada plenilunea, con ese aroma a vainilla del heliotropo que por dentro la cerca y alza; con su alma, seductora, sensual y patricia. Quiero reflejar ese encuentro apasionado entre una ciudad y una mirada convertida luego en memoria que se resuelve en palabras, casi siempre, de proclamación y de elegía, que quieren a la vez atrapar ese lugar en la fuga del tiempo y volverlo imaginario, salvarlo, inventarlo desde su naturaleza real, hacerlo inmortal.
Dice Antonio Gamoneda que: hoy es domingo y, «me parece que la mañana no está únicamente sobre la tierra, sino que ha entrado suavemente en mi vida».
Un día 29 de diciembre de 1934 se estrenaba en el Teatro Español de Madrid la obra 'Yerma', de Federico García Lorca. Es una de las tres obras de teatro que forman parte de la trilogía lorquiana, junto con La casa de Bernarda Alba (1936) y Bodas de sangre (1933). Simplificando mucho, el tema principal es el instinto frente a la represión. Y hoy, cuando termina un año quisiera alentar la entrada en el nuevo pidiendo liberar ese instinto que necesita nuestra ciudad, esa otra intuición, esa otra actitud, aludiendo a esta obra de Lorca. En ella la vieja le dice a Yerma: «¡Ay, ay! Menos ¡ay!, y más alma. Antes no he podido decirte nada, pero ahora sí». En otro momento, Yerma, desesperada, grita: «No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos!» Pues eso le pido hoy a mi ciudad.
Sirvan estas deslavazadas palabras para desearles un venturoso, enderezado y saludable, año nuevo.
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