
Una asombrosa Rosario de Acuña
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«Una adelantada a su tiempo. Un tiempo que en Andújar parece no avanzar»ALFREDO YBARRA
ANDÚJAR -EL ZAGUÁN
Lunes, 24 de febrero 2025, 13:45
Cuando intento contemplar el discurrir de Andújar, sus intereses, sus motivaciones, sus afanes, su mirada, sus orgullos, sus actitudes, siento un escalofrío, una desazón, que por momentos me paraliza la garganta, Basta con tomar el pulso al actual campo visual de la ciudad (ciudad lo es por título ¿lo es por aptitudes y talante?) para ver que éste está demasiado reducido hacia un determinado sentido, a un sesgo que poco tiene que ver con el cosmopolitismo social y cultural que otrora la galonearon como una población de importante referencia. Pero lo peor es observar cómo las nuevas generaciones están bebiendo solamente de un caño de la fuente y me temo que ahí quedarán los demás manantiales: olvidados de sus sentires, borrados de su conocimiento, incapacitados para ser alas de una andujanía de anchuroso caudal y altas miras. Andújar ha dejado hace tiempo de ser una población resuelta; inquieta, con incertidumbres y curiosidad; lo que es un pueblo en evolución. La ciudad vive en un permanente enroque de autoencandilamiento. Vive en una especie de halo lampedusiano, promoviendo «cambios», anunciando metamorfosis, que se quedan en muy poco, que son un puro activismo para que nada cambie. Hablo de hechos, pero sobre todo del alma ciudadana.
Para principalmente hacer valer la gran historia y el inmenso capital humano, histórico, patrimonial, cultural, identitario, medular de Andújar, para intentar ponernos delante de una ciudad menos exigua, menos impostada, escribo con más o menos fortuna en este lado del periódico. Y aunque a veces siento como el escritor italiano Umberto Saba cuando dice que «ahora mi reino es esa tierra de nadie», enseguida me repongo y me digo, y digo, que hay que creer, hay que creer aunque Andújar, la de ahora, no se crea su arcilla de sarmientos. Hay que creer en que una epifanía de misterio espoleante revoque la bruma.
Y así escribo de historias y nombres como faros que indiquen dónde despunta la orilla de la certidumbre. Y así, por ejemplo, en el anterior artículo hablábamos de Rosario de Acuña, (Madrid, 1850 – Gijón, 1923), una mujer que se suma a una pléyade de personajes, de Andújar o relacionados con la ciudad, que conforman, como teselas de mil formas y colores, un fecundo mosaico. Hablo hoy también de ella, por la coherencia intelectual e ideológica de esta librepensadora, escritora dramaturga, periodista, adelantada del feminismo en España y defensora de la regeneración y el progreso. Como dije, la raíz de Rosario de Acuña es andujareña y en la ciudad iliturgitana vive su infancia y juventud, amén de que por sus lazos familiares e ideológicos con los círculos culturales, liberales y masones locales, le hacen regresar con relativa Con cuatro años comenzó a padecer los síntomas de una a una conjuntivitis escrofulosa que hasta los treinta y cuatro años, cuando se somete a una intervención quirúrgica, le ocasiona la pérdida intermitente de la vista y grandes padecimientos. Afrontó la vida con una ejemplar vehemencia, en una incansable lucha contra el oscurantismo, contra la marginación de la mujer, contra la opresión y las desigualdades, adquiriendo un protagonismo como pocas mujeres tuvieron en aquella época. Además fue masona (no en vano adoptó el nombre de Hipatia cuando ingresó en la logia Constante Alona de Alicante), pionera del montañismo, avicultora, iberista (movimiento que defiende el acercamiento entre España y Portugal), puritana, productora teatral, deísta (creía en un Dios o ser supremo pero niega la religión revelada, basando su creencia en la naturaleza y la razón), republicana, melómana,…. Fue la primera mujer en ocupar la tribuna del Ateneo de Madrid, que hace unos días le rendía un homenaje, por su compromiso con la cultura, el debate y la libertad de pensamiento, que estuvo coordinado por Paca Sauquillo. Una mujer asombrosa, ahora revalorizada, que fue leída, criticada, denigrada, marginada y admirada a partes iguales por sus contemporáneos y que dejó textos como este: «¡Feliz si allá en los siglos que vendrán, las mujeres, elevadas a compañeras de los hombres racionalistas, se acuerdan de las que, haciendo de antemano el sacrificio de sí mismas, empuñaron la bandera de su personalidad en medio de una sociedad que las considera como mercancía o botín, y defendieron con la altivez del filósofo, la abnegación del mártir, y la voluntad del héroe sus derechos de »mitad humana«, dispuestas a morir antes que a renunciar a la libertad!».
Su obra se adscribe dentro realismo naturalista aunque está llena de matices de posromanticismo. Entre sus libros y los a ella dedicados hay uno que me ha revelado ampliamente su significación, Leyendo a Rosario de Acuña en su centenario, Visiones finiseculares para nuestro milenio, publicado por la editorial Dykinson, en el que bajo la prestigiosa coordinación de la hispanista Solange Hibbs-Lissorgues se dan cita seis especialistas en la literatura española del siglo XIX. En él, por ejemplo, se dice que «los escritos de Acuña promovían el liberalismo progresista y la solidaridad interclasista, cimentados por el asociacionismo, la educación científica y la tolerancia».
Una adelantada a su tiempo. Un tiempo que en Andújar parece no avanzar.
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