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Regreso al paisaje del alma

Regreso al paisaje del alma

OPINIÓN ·

«Llega septiembre y la brisa de viste de memoria»

ALFREDO YBARRA

ZAGUÁN

Lunes, 2 de septiembre 2024, 13:15

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Agosto se marcha con una espiral de sensaciones que intentan, pero no pueden, reflejar un verano tan fugaz y tan pertinaz, tan extenuante y tan prodigioso, tan frenético y tan plácido. Llega septiembre y la brisa se viste de memoria. Acaba agosto y la vida nos invita a volver a la fuente de la memoria mientras la luz se relaja puliendo sus colores. De pronto, ahora, me asalta una especial fruición y siento como este septiembre que comienza se convierte en el paradigma de un eterno retorno a nuestros lares más íntimos y profundos. Son los días del reencuentro con nuestro más innato paisaje, con el venero originario de nuestro pulso, con las fibras de nuestra patria. Una patria sin bandera, una patria que es el paisaje de nuestra infancia, el paisaje de una identidad consagrada en la arcilla del alma.

Septiembre en su paisaje se hace candeal y armonioso en mi espíritu. Un paisaje al que comienzan a valorar especialmente los viajeros románticos de los siglos XVIII y XIX que ponderaron nuestros parajes naturales y nuestras poblaciones, tan peculiares y de tan únicas bellezas También lo atestiguan los autores de la generación del 98 que por primera vez buscan la esencia de nuestra tierra, especialmente Azorín y Antonio Machado, que nos descubren el sentido literario del paisaje y lo dotan de la importancia que ya tiene en otras culturas; y entre otros muchos, sucintamente se me ocurren los nombres de Gabriel Miró, Ortega y Gasset («los paisajes me han creado la mitad mejor de mi alma»,), Cela, Miguel Delibes, Ana María Matute, Juan Goytisolo Jon Juaristi, Manuel Rivas, Luis Landero, Juan Marsé, Manuel Vicent,,... Como dice Julio Llamazares el paisaje es el gran espejo que nos refleja y que conforma nuestra sensibilidad, nuestro carácter. El paisaje influye en nuestro ánimo tanto como las condiciones de vida. El novelista y premio Cervantes 2016, Eduardo Mendoza afirma, «que si algo no me interesa en la vida soy yo, pero sí la sociedad en la que vivo, las ciudades de las que me alimento». Decía Josep Plá, que se sentaba en un banco de piedra de la villa medieval de Pals, a disfrutar del paisaje ampurdanés, que lo que diferencia al hombre del resto de los animales, aparte de la capacidad de pensar, es la de disfrutar del paisaje; es decir, de mirar el paisaje con mirada inteligente. ¿Sabemos contemplar, descifrar el espíritu, de nuestras calles y plazas, de nuestras casas, de nuestra sierra, de nuestra campiña, del Guadalquivir, del Jándula,…?

Comienza un tiempo en que, para mí, Andújar se vuelve mito, atalaya, anhelo y secreto claustro. Ahora se muestra exuberante, seductora, señera, y mística, se hace surco liminar de polen. Italo Calvino señala en Las ciudades invisibles que para progresar como ciudadanos no podemos dejar de contemplar con mirada perspicaz la ciudad utópica, aunque no la descubramos. No obstante la relación con el paisaje es siempre una emoción, antes que una mirada.

Nuestro esencial paisaje está constituido de historia, de narraciones, de misterios cimentados en su médula, de resonancias y recuerdos. La sabiduría que destila el territorio no ha sido ajena a las civilizaciones que se han ido sucediendo a lo largo de la historia; los romanos ya lo supieron ver hace siglos: genius loci, (espíritu protector del lugar)... Y antes, los pueblos megalíticos, celtas e íberos ya reconocieron los principales centros telúricos (del latín tellus, tierra) de la península: cuevas, manantiales, montañas, cabezos, oteros… Antes de la romanización ya estaban revelados los 'lugares de poder' donde siglos después se fueron asentando, los diversos enclaves espirituales y religiosos.

Septiembre es tiempo de volver al almijar de Andújar, ese territorio insondable donde orear mi vida, ese territorio cuya memoria me sobrepasa porque me sobrevivirá, un territorio al que le pido prestada un poco de su intrahistoria en la que empapar mi propio relato. El paisaje de la ciudad, de la serranía, de la campiña, en estos días se vuelve más sentimiento que nunca, un estado anímico; es alma, es un caleidoscopio estético. El territorio andujareño es en sí mismo un sujeto histórico y cultural (tan desdeñado durante años por el paisanaje andujareño). El Premio Nobel de 2006, Orhan Pamuk, afirma que la ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos. Balzac fue el primero en considerar a la ciudad como portadora de un lenguaje, de un condicionante de conducta y pensamiento. Unamuno a lo largo de su obra viene a decir que el alma del paisaje no es otra cosa que el paisaje del alma.

Hoy una música blanca envuelve el paisaje y su rumor fértil. Los narcisos fulguran temblorosos, y en su centro siento toda la vida, como un firmamento exprimido. Llega septiembre y la ciudad y su horizonte me emocionan como un dulcísimo llanto.

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