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OPINIÓN ·
aime de Foxá influyó de una en 1965 la creación del pregón de la romeríaALFREDO YBARRA
ZAGUÁN
Domingo, 23 de abril 2023, 12:14
A la hora de escribir estas líneas mi aliento está dividido. Por un lado, me pide que escriba sobre el libro, sobre el Día del Libro, que hoy se celebra a nivel mundial, conmemorando el fallecimiento el 23 de abril de 1616 de Cervantes (realmente ... murió el 22, pero la interpretación de calendarios trastocó la fecha), Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.
Por otro, también me llama a hablar del Pregón de la Romería de la Virgen de la Cabeza que ayer tenía lugar, un acontecimiento al que desde siempre le tengo mucho apego. Pero ambas pulsiones confluyen hoy en este artículo mientras recuerdo a ese enorme poeta y culminante columnista, junto a Azorín, Umbral, Julio Camba, González Ruano, Mariano de Cavia y poquitos más, que fue Manuel Alcántara, que ha sido una bitácora de esta vocación articulista que viva y ardorosamente me tiene embaucado.
Alcántara fue el ganador con el poema 'Nuestra Señora de las jaras' de los Juegos Florales de 1960 celebrados con motivo de la 'Recoronación de Desagravio' de la imagen de la Virgen de la Cabeza. Aquellos juegos florales tuvieron de mantenedor a Jaime de Foxá y Torroba, ingeniero de montes, escritor, político, prócer del régimen (Miembro de Falange Española desde 1933, tuvo el carnet número 38 de la organización)….
Foxá que se vinculó mucho con Andújar y sus personajes preminentes influyó decisivamente en la instauración por parte del ayuntamiento de la ciudad del Pregón Oficial de Romería en 1965 y en el fondo y contexto del mismo en los primeros años. Así el primer pregonero fue el mismo Foxá. Manuel Alcántara lo sería en 1974.
Como aquellos antiguos humilladeros que había a la entrada-salida de los pueblos como referencia venerable, tal que un hito, el sentir popular andujareño considera a Miguel de Cervantes como primer pregonero de la Romería. El autor del Quijote, que estaba por tierras jiennenses como recaudador de impuestos, según los investigadores, estuvo casi con toda seguridad en la romería de 1592. Conocido es que en su obra póstuma 'Los trabajos de Persiles y Sigismunda' (1617) describe de un modo extraordinario la Romería. Entre otras cosas señala: «El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos, el solemne día que he dicho le hacen famosa en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más extendidas memorias recuerdan».
También en el Quijote, Alonso Quijano pasa tres días de penitencia en una cueva de Sierra Morena que los investigadores han situado cerca del Santuario del Cabezo junto al sendero de los Cuatro Términos en el Monte Selladores Contadero. Pero con todo el potencial que tiene Cervantes es poca la importancia que se le da en una sustancial y focalizada proyección de Andújar, de la devoción a la Virgen de la Cabeza y de la Romería. Si fuéramos de países nórdicos, o anglosajones, haríamos de este contexto un laico altar cervantino. Igualmente pasa con Lope de Vega, ilustre protopregonero, uno de los más grandes autores del Siglo de Oro, que relata la romería en su Tragedia del rey don Sebastián y bautismo del Príncipe de Marruecos, posiblemente escrita entre 1595 y 1603. En sus versos va señalando las grandezas de la Virgen de la Cabeza y sus milagros, terminando: «¡Quién como ella!/ La Virgen de la Cabeza, / ¡Quién como ella!».
Desde que de pequeño mi padre me llevaba al Pregón, éste ha sido para mí uno de los referentes emblemáticos de la Romería, y más cuando convertí en mi Ítaca los alcores azules de la cultura, de la palabra. Para mí la Romería es un hontanar de sentimientos, de identidades, una voz de cielo abisal, que en su esencialidad misteriosa y mariana te llama a descifrar el cáliz de la primavera.
Podría contar mil anécdotas del pregón, hablar de sus protagonistas, de las visitas a algunos de ellos para hacerles oficial su nombramiento, de las presentaciones de pregoneros que también he tenido el honor de hacer, de las actuaciones artísticas que había. También de aquel año en que fui pregonero, y de la vigila previa en el Santuario donde tras unas nocturnas horas en el camarín viví una extraordinaria epifanía. Igualmente de aquellas cenas de homenaje al pregonero, que tenían un sentido propio, un eco de proclamas y versos compartidos. Unas cenas que adaptándolas a las nuevas circunstancias no se tenían que haber difuminado. El Pregón es manifiestamente un acto extraordinario y emblemático de la Romería (este año es su quincuagésimo séptima edición), y la 'cena' era una loa distendida y onírica del mismo, de la romería. Se fagocitó en favor de la Cena Romera, que tiene su propia idiosincrasia, su maravilloso buqué, pero que es otra cosa.
Hoy, en este Día del Libro y escribiendo del pregón de la Romería me acuerdo de muchos pregoneros vinculados profundamente al ejercicio de la palabra. Del mencionado Manuel Alcántara, de mi venerado José Manuel Caballero Bonald, de mis admirados Antonio Hernández, Fernando Quiñones o Manuel Ríos Ruiz; también de José García Nieto, de Federico Muelas, de Luis López Anglada, los hermanos Murciano, Alfonso Grosso, Manuel Vegas Asín, Pedro Rocamora, Ramón Cué, Jesús de las Cuevas, Luis Jiménez Martos, Matías Prats, José Carlos de Torres, Joaquín Ruiz Jiménez, y tantos hasta hoy, muchos admirados y queridos amigos, que no nombro porque en tantos años la enumeración sería extensa (por cierto, la primera mujer fue Inma Soriano en 1999 y al año siguiente Paqui Esteban). Pero sirvan mis palabras de homenaje al pregón y a los pregoneros, a ese ateneo de la palabra erguida como un único oráculo que guarda los sueños, la cultura, la historia, la idiosincrasia, la fe y la alegría de la Romería y los proclama en los azules tules de la memoria y los hace fecunda eternidad. Estas líneas están escritas antes de que Pedro José López Cárdenas pronunciara el pregón de este año. Pero nadie con más arte, con más romerismo, con más andujanía y devoción que Pedro López, para ensalzar la romería y fervor de la Virgen de la Cabeza. Un lujo, no, más, puro cantar de plenitudes.
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