En la yema de los dedos
Los niños han aparcado sin ticket de la ora sus mochilas escolares. Y eso es, sí, el cohete que indica el comienzo del periodo vacacional. Tiempo de botijo con protectores, unos de ganchillo, y otros de plástico con aquella cigüeña tan gallarda. Tiempos de juegos en la calle, donde tan buenos eran los propios de cada sexo, como aquellos mixtos en que las niñas liaban a los niños para jugar a la comba, al balón prisionero, a balónvolea (todavía no se decía voleibol)
alfredo ybarra
Martes, 28 de junio 2016, 07:51
Vacaciones de pandillas y de echar desafíos. Tiempos de baños, con cámara de rueda de camión, la que primaba, en el Jándula, en un día familiar, donde no faltaban las gaseosas Maragú o Sanitex, que ya empezaron a sacar sus maravillosos refrescos de limón y cola. Días de bicicleta y de excursiones ignotas a la Ropera, al Sotillo, y por caminos agrestes.
Tiempo para aquella maravilla de linterna de petaca e ir a investigar a las Vistillas, a las huertas cercanas, o al cementerio y salir corriendo con cualquier excusa al llegar frente a las tapias-. Memoria que jaspea en las calles la imagen de aquellos personajes tan peculiares que eran innatos al paisaje humano iliturgitano y que ahora, en la distancia del tiempo, toman categoría de mágicos. Veranos de un primer amor, de picús y guateques destechados, de fiestas parroquiales, de excursiones a la sierra con bisoños exploradores aprendices de machotes.
Las piscinas como panacea de mucho; y los que se iban a las Viñas o a la costa, en los primeros utilitarios. La ciudad y sus cines de verano con sesiones dobles donde nos pirraban las películas de vaqueros, de romanos, de soldados; aunque también las de Cantiflas, las españoladas con las inalcanzables suecas, o las de vampiros que nos embebían la mirada y luego había que dormir con un ojo abierto y el corazón (o el cuello) en vilo. Y aquellos vendedores de chumbos a la puerta del cine o de la plaza de abastos.
Aún recuerdo el sabor de los helados de San Antonio y San José, con sus carritos callejeros y la cantinela del heladero a la hora de la siesta pregonando los polos de hielo, con su palillo cuadrado, los cremosos de café con leche y su palillo plano, y los helados al corte con el sabor de tutifruti que tan exótico sonaba. En la tienda del barrio se vendían unos ricos polos caseros, de hielo y palillo de dientes, que cumplían bien su función refrescante.
Veranos con teles para afortunados, que a la noche se colocaban a través de la ventana y el corro de espectadores embelesado, sentado por fuera, viendo aquellas las primeras galas que trajeron Los Vieneses o aquellos combates de boxeo valederos para el título mundial (el súmmun).
Sí, noches donde aún se filtra el olor a celinda, a dama de noche o a jazmín, de los patios. Noches a la puerta de las casas, que se regaban al atardecer, donde el tiempo se destilaba entre tertulias y cotilleo con el estribillo de los abanicos. Veranos aquellos con tiempo para leer y donde se cambiaban en el quiosco los tebeos y novelillas, y ya los primeros comics de ediciones Márvel, con su panda de héroes, que queríamos emular para salvar el mundo, y que publicó en España la editorial Vértice. Entonces la existencia parecía dilatarse y el horizonte podía tocarse con la yema de los dedos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.