Una sierra para escribirla
Cuando avanza septiembre y abre la puerta a un rumor fresco de húmedas pinceladas que advierten de la llegada del otoño, el lienzo de nuestra contemplación diaria cambia de colores, de sensaciones, de pulsiones anímicas. En la sierra la impresión se patentiza con más nervio.
ALFREDO YBARRA
Miércoles, 11 de mayo 2016, 09:09
La berrea del ciervo es su más conocida crónica, pero hay que patear las sendas y miradores, los portichuelos, las dehesas serranas, los bosques carrasqueros y las alfombras de espliego y lentisco, para sentir que el otoño en la sierra de Andújar es un pálpito onírico y torrencial. Los iliturgitanos no sabemos tomar alas desde Andújar para ahondar en Andújar, que es algo fundamental para darnos cuenta de que somos demasiado mediocres en nuestros empeños.
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Por eso quiero hablarles de Abel Chapman y Walter J. Buck , que junto a una amplia pléyade de impenitentes viajeros escritores extranjeros nos descubrieron la España del XVIII y del XIX. Chapman y Buck escribieron "La España inexplorada" que se publicó en Londres en 1910 que recoge las vivencias cinegéticas y naturalistas de sus autores por diversas regiones españolas y andaluzas. En él hablan de sus incursiones por lo que hoy es el Parque Natural Sierra de Andújar.
Principalmente estuvieron en el lado andujareño de Sierra Quintana, donde llegaron procedentes de Fuencaliente con la intención de cazar cabra montés. Al recordar aquellas expediciones, siento pena de que no seamos capaces de conocer a estos autores y sus obras, que tanto nos abrirían la perspectiva y el propio sentido de identidad. No hay un espacio en nuestra cultura y en nuestra educación para conocer raíces y conformaciones que en el fondo trenzaron nuestro ser local. Y quien no se conoce adecuadamente, ¿dónde puede ir con sentido y orientación? Lástima no tener espacio para dejarles algunos párrafos de la obra de estos dos viajeros.
De todas formas vayan estas líneas: "Una mañana al amanecer, las monteses, habiendo sido vistas, impulsó repentinamente a un par de entecos cabreros a alcanzarlas desde la repisa de debajo, subiéndose uno de ellos a los hombros del otro, que estaba de pie en este estrecho anaquel. En su premura por escapar, el primer ibex rompió aquel precario equilibrio, y el pobre chico se precipitó hacia abajo, dando tumbos entre las rocas del abismo. Al cabalgar de vuelta a casa a través de inhóspitas colinas (...) tuvo lugar otra terrorífica perturbación ?alaridos, chillidos, ladridos? y todos los perros se volvieron locos. La noche estaba oscura como boca de lobo, y la lluvia caía a torrentes; a la mañana siguiente vimos que una manada de lobos había sacado a los cerdos de nuestro patrón de su zahurda, a menos de quince yardas de distancia. Ciertamente, tres cochinos mutilados estaban apilados contra la pared de nuestra cabaña. La posibilidad de que nosotros acabásemos peor que estos cerdos no se nos había ocurrido con anterioridad. Con esto terminó (...) nuestro primer enfrentamiento con la capra hispánica en Sierra Morena (...). Por otra parte, el invierno no es estación para acampar en estas altas sierras. Mayo es más favorable, aunque el mejor momento es a comienzos de otoño."
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