Pasear y sentir
Acabo de llegar de un paseo de esos que de vez en cuando uno necesita para recomponerse de esos días que se vuelven lluvia de cristales y revuelo de torbellinos. Por esos condicionantes que uno se va poniendo en el tic-tac del día a día, lo del paseo tranquilo y sosegado es algo arduo. Por eso cuando me esparzo por las lindes y el meollo de la geografía urbana, disfruto indisimuladamente, lo saboreo mucho. Igual que cuando puedo acometer un sutil recorrido por esos indesmayables vericuetos que se cruzan y confunden en el parque natural de la sierra iliturgitana, y en todos sus aledaños.
ALFREDO YBARRA
Miércoles, 11 de mayo 2016, 08:48
No hablo de la moda, tan saludable, de la apresurada marcha quema grasas, que hoy prolifera por todos los límites de Andújar y que engancha a hombres y mujeres, de todas las edades, de cualquier condición. No, hablo del paseo contemplativo, vagabundeador, mordaz no con la musculatura, sino con el mirar y la cavilación. Pero es igualmente un recorrido sano, vivificador, depurativo, digestivo, que reordena mucho mobiliario interior y nos impele a un cardinal algo. Un paseo que se detiene en muchas esquinas y rincones de la Andújar sempiterna, pero que especialmente descubre una geografía humana nueva, de mil perfiles, siempre con pálpitos mágicos que develan una ciudadanía que muchas veces tenemos invisible en nuestro trajín cotidiano. Iliturgitanos de alma de vuelo y agua esplendente que no merecen páginas de olvido. Personas del ahora y del siempre, que se emocionan con la poesía que Andújar destila y sabe enseñar a quien la ama sin dobleces. Mi paseo de hoy ha transitado por los aledaños de lo que fue el museo de vehículos históricos que los hermanos del Val acuñaron son singular esmero y dedicación. Ha cursado y se ha derramado junto al Seminario Reina de los Apóstoles. Ha sido un paseo amable en lo físico, y sin embargo desgarrador en lo anímico. Y ha sido una pequeña excursión buscada adrede. Tal vez guiada por un hilo de melancolía que me recorre estos últimos días.
Sentado en uno de los poyetes de entrada del que fuera centro formativo de los Paúles, he recordado muchos días vividos entre sus paredes, en sus patios, participando en diversos momentos de su maravillosa intensa actividad. Su luz, su rúbrica de referencia arquitectónica nacional, su innovadora estructura, su estudiada sencillez constructiva, esa iglesia que rezumaba una liminar espiritualidad, y el ambiente que allí se revelaba, eran pabilo ardoroso de una Andújar ilusionante, seductora y esperanzada. Una ciudad que se soñaba feliz. A veces necesitamos analizar el paisaje que habitamos para conocer dónde estamos, y quiénes somos. Pasear por Andújar es abrirse a su alma y liberarla, y sentirla en cada paso.
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