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Aroma de recuerdos

Estamos en agosto, un mes diferente, huidizo. Y más cuando he hablado en los últimos artículos de varias costumbres veraniegas del pueblo. Y parece que, bueno, toca, buscar nuevos renglones. Pero he notado que bastantes lectores ( ya es raro en estos tiempos de fallas en el encuentro de la prensa escrita con los lectores) se han puesto en los últimos días en contacto conmigo para asentir con ese recuerdo de la ciudad en otros tiempos.

ALFREDO YBARRA

Miércoles, 11 de mayo 2016, 06:28

He tenido la oportunidad de entablar alguna rica conversación al respecto. Pequeñas historias, anécdotas sencillas, costumbres que nos pueden parecer insignificantes. Y sin embargo todo ello hacía de la ciudad un ser vivo y vivible en una identidad particular. Es lo que dice Andrés Trapiello que le dijo cierto pastor soriano a don Francisco Giner: "Todo lo sabemos entre todos". A Giner no se le olvidó aquello nunca: la verdad es cosa de muchos.Y la historia real o simbólica de los pueblos se construye con el encuentro, la convivencia y la memoria colectiva.

Ahora mismo estoy evocando el perfume de los jazmines que a media tarde recogía de mi patio e insertaba con paciencia en un alfiler, para formar un buen ramillete que una vez abierto era una explosión floral en la noche de estío en el pecho de mi madre y de alguna vecina si se terciaba que se recogían bastantes. Incluso en las mesitas de noche se ponían algunos de aquellos jazmines para aromatizar esas acaloradas madrugadas. Me quedaba maravillado ante aquella magia que día tras día se producía de ver brotar los jazmines que luego nevaban tantos lugares de mi infancia.

Aroman mi recuerdo con su blanca blancura. No sé por qué ni cómo reviven delirantes en mi imaginación. Me traen un halo vivísimos de recuerdos de patios, pozos, sensualidad, botijos, historias, macetas recién regadas, juegos; hasta en el cine de verano los jazmines exhalaban poesía en su tapia. Experiencias oliendo a vida, a noche de verano incendiada de hondos y vibrantes deseos. Y siento que entonces las casas se abrían a las plantas y las plantas se alojaban en la vida.

Ahora pienso cuánto me maravillaba aquella armonía. Evocar en su justa medida nos sitúa y nos recompone. Por eso hoy quiero recordar aquellos baños en el Molino de las Aceñas, las excursiones a la Ropera, o a los Villares, unas veces andando, algunas en bicicleta, y en el camino aquellos pájaros, aquellos árboles, aquellas experiencias que te inundaban la retina y algo más. Los vendedores de chumbos a la puerta de los cines de verano, los juegos,..., el de justicia y ladrón, al pañuelo en la Plaza de España, con las niñas al balón prisionero, a las chapas en la lonja de San Bartolomé; los carritos de la Heladería San José, o los de la San Antonio, a la hora de la siesta pregonando el heladero su extraordinaria mercancía; los desafíos de fútbol, en Colón o en el Polígono, cuando no en el Seminario; las primeras bobaliconas persecuciones de los niños a las niñas,..Evocar es resistir.

 

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