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Bandoleros de leyenda

Bandoleros de leyenda

Cae en mis manos un libro de esos que enganchan desde las primeras líneas, "El último bandolero romántico", escrito por el astigitano Miguel Laguna. No pude acompañar a su autor el día de la presentación en Andújar y aunque tarde, bueno es agradecer la singladura de esta novela que nos devuelve a una serranía pendenciera, osada, de leyendas, viejas hechiceras del curanderismo, señoritos y plebeyos, guardias civiles montaraces y haciendas sajadas. En esta segunda obra de su autor sobre el mismo tema, las argucias y andanzas del bandolero 'Generoso' llegan a su fin. Burgueses, nobles y clero se enfrentan en esta historia a diferentes situaciones, donde el pueblo llano siempre sale perdiendo.

ALFREDO YBARRA

Miércoles, 11 de mayo 2016, 06:30

Tiene la obra un aroma romántico que impregna las vicisitudes de sus protagonistas. La obra discurre por una Andújar decimonónica y su serranía. Fue Fernando Villalón, ganadero, noble y poeta, quien cantó como nadie a los bandoleros de estas épocas. El mismo Villalón fue amigo y protector del Pernales. El bandolerismo, que fue cruel y despiadado, nace en buena parte del patriotismo resistente contra los franceses, de ahí su halo romántico. Los bandoleros eran eso, salteadores de caminos, acompañados de mucha crueldad y brutalidad. Lo de robar al rico para dárselo a los pobres es más leyenda que realidad. Pero no es menos cierto que muchos de ellos se partieron el pecho contra aquel pseudo orden establecido.

Seguramente, esa imagen hermoseada de los bandoleros tiene su parte de sal y pimienta en la propia sociología andaluza y en la estampa onírica de una geografía de filigrana. Nuestra tierra necesitaba, necesita, leyendas y poesía, historias de quienes se echan el alma a la espalda; de amores imposibles, de venganzas turbias a la luz de la luna, de justicieros que ponen en orden, aunque sea momentáneo, la vida, mientras los lobos en la línea del horizonte cierran el círculo de una fábula sempiterna.

Patillas de boca de hacha, faca en la faja ellos, y, ellas en la liga, caballos de alto porte, rostros celados por pañuelos regalados por amantes resignadamente pacientes que esperaban escaparse a la grupa al cobijo de los peñascales. Desde Mingorramos , al Tamujar, desde Valdelagrana hasta Quintana, entre las encinas y los alcornoques, salpicando con sus caballos las aguas del Yeguas y la Cabrera, todavía se distinguen las sombras, hechas verso, de los viejos bandoleros. Quedan ya pocos pastores y guardas, paisanos de la serranía iliturgitana, para contarnos a la luz de la lumbre viejas historias orladas por personajes mitificados.

Bandoleros de antes que nada tienen que ver con los atracadores de hoy, que se llevan la pasta muy educadamente, y sin quitarse la corbata.

 

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