Defender, adaptar y promover
Soy de la opinión de que los rígidos integrismos, la defensa a ultranza de las purezas sacrosantas conlleva algo de falacia. Me ocurre con frecuencia, que escucho, por ejemplo, que esto es así porque es propio de aquí, o porque siempre se ha hecho así, o porque está dicho por este fundamento, dictado por no se sabe quién, ni cuándo, y no necesita cambiarse. Malo eso de las ortodoxias a machamartillo. Lo de piñón fijo, lo de la salvaguarda de la tradición y los símbolos, y más cuando se usa frente a otros o contra algo, me huele a chamusquina, a caspa, casi siempre no es saludable para nadie, ni para una comunidad. Y hoy en día si no se quiere perder el paso es necesario adaptarlo al nuevo ritmo y a la nueva concepción de la realidad.
ALFREDO YBARRA
Miércoles, 11 de mayo 2016, 06:43
El mestizaje como concepto social es en definitiva una consecuencia de la propia vida. Me gustaría compartir esta idea en el contexto de nuestra ciudad y en referencia a cosas que necesitan que las revisemos y les demos un poco de aire fresco. Ocurre con los mitos y con los símbolos, que pueden y deben adaptarse a las nuevas circunstancias que hay en la realidad. Las nuevas generaciones tienen que tener un acceso al símbolo medianamente asertivo, un camino a sus alegorías colectivas que sea factible y abierto. Porque si no se reconocen los símbolos, por estar fuera de contexto social y cultural ¿para qué nos sirven? Hablo de situaciones, de cuestiones concretas o de instituciones. Y cada cual si quiere que concretice.
Dicho esto, también es cierto que hay elementos simbólicos en una ciudad que hay que rescatar, estudiar, promocionar, porque son los valores culturales más auténticos de la localidad; fomentar el respeto hacia los mismos por parte de las nuevas generaciones, preservando la memoria histórica, fomentando el sentido de pertenencia a la comunidad, el arraigo nacional, es una necesidad. Por ello, el equilibrio es la clave.
En la ciudad iliturgitana nos gusta mucho bandear, ir de un extremo a otro. Y lo mismo nos volvemos fundamentalistas de unas cuestiones, que de pronto una cosa anclada en la idiosincrasia y la identidad de Andújar, la dejamos en la cuneta sin miramientos. Nos falta reconocernos y esa falta identitaria nos pasa con frecuencia factura en el devenir diario. Por no hablar de muchos elementos simbólicos, más complejos al analizar, simplemente pensemos en nuestro casco histórico, monumentos, la judería, o elementos urbanos muy característicos de la ciudad. De un plumazo se borraron del mapa durante décadas. Y hablo también de algo íntimo, muy del alma local que estamos perdiendo también a chorros. Y es que Andújar es un sentimiento, abierto a lo nuevo, pero necesitado de su alma, a la que no podemos desgajar.
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