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BEATRIZ JIMÉNEZ
Miércoles, 11 de mayo 2016, 07:39
Vivió su juventud en la calle 19 de Abril junto a sus padres y cinco hermanos, formándose en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia en el oficio de carpintero del que sentía verdadera pasión. Ejerció en la desaparecida empresa de Muebles Peralta pero su desarrollo laboral lo realizó en Canaleta, en donde durante años se afanaba al detalle en el arte de la pintura de la madera. Formó parte de la cooperativa de trabajadores que, aventurándose, se hicieron frente de la empresa.
Manos grandes y fuertes pero delicadas al abrazo de sus seres más queridos. Junto a la mujer de sus ojos, Pepi Agudo, comenzaron una vida llena de ilusiones en la calle Muñoz Seca. Allí crecieron los que se convirtieron en su orgullo, sus hijos Esperanza y Antonio, trasladándose posteriormente a la calle Notarios.
Unos ojos profundos y sinceros en los que Pepi se miraba y sabía traducir su mensaje para cubrir todas sus necesidades. Sin horarios y sin reproches, con desvelos y fatigas, con dedicación plena y absoluta. Con el amor por medicina y la caricia por cuidados.
Más que una esposa, más que una compañera, más que una cuidadora, más que una enfermera y, a veces, más que una médico. Nadie nunca se entregó tanto por una persona como Pepi a Gregorio quien ahora necesita de tiempo, comprensión y ánimo para acostumbrarse a su ausencia.
Durante las interminables horas en el hospital o en casa, Gregorio despertaba ternura e interés a su alrededor. Especialistas médicos y enfermeros del Hospital Alto Guadalquivir y del centro de salud Andújar B le dedicaron su tiempo, cariño y, sobre todo, excelente atención sanitaria.
Recto pero cariñoso, Gregorio transmitió a sus hijos la importancia de la responsabilidad y el valor de la familia que ambos han sabido demostrar hasta el último momento de su vida permaneciendo siempre a su lado para su cuidado y protección.
Unos hijos que hoy se sienten orgullosos de haber aprendido a esperar, a cuidar y a respetar. Ellos hoy sonríen al echar la vista atrás con dulces recuerdos de su niñez y juventud a su lado. Gregorio les inculcó el respeto a la amistad, y que el irónico destino ha sabido devolverle con la compañía fiel y verdadera de sus íntimos amigos que lo acompañaron incluso hasta el último segundo de su aliento y que son parte de su familia. Una familia que ha aumentado con su nieto, Antonio Jesús, un pequeño ángel que cada día corría a su encuentro para abrazarle y comprobar que estaba bien.
Gregorio se ha ido lejos, pero no nos ha abandonado. Es la estrella brillante de nuestro cielo a la que su nieto, cada noche, lanza un tierno beso.
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