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ALFREDO YBARRA
Miércoles, 11 de mayo 2016, 06:25
Los iliturgitanos han estado tradicionalmente muy alejados de ese mundo tan rico y profundamente vibrante de las serranías al norte del Santuario, más o menos lo que hoy ocupa el Parque Natural. Y aunque las fincas serranas tienen en su mayoría nombres y apellidos en sus escrituras, ha habido siempre posibilidades de permeabilidad para alcanzar de algún modo esas mil posibilidades que ofrece la sierra en sus tantos apartados paisajísticos, de flora, de fauna,...Se consideró que era territorio de rudos aventureros, cazadores, loberos, carboneros,..., y poco más, si no, además, se echaba mano de míticos sambenitos brujeriles.
Pues bien, la ciudad ha tenido en el Guadalquivir uno de sus grandes aliados durante cientos y cientos de años. Son muchos los testimonios documentales que así lo atestiguan. Era el Guadalquivir navegable con sus problemas, pero factible entre Sevilla y Córdoba, y, desde aquí hacia arriba, con barcazas hasta Andújar, y eso se documenta con restos arqueológicos y documentales, donde hasta se regula esta circunstancia por mano del rey. Incluso Franco mantuvo en marcha hasta 1970 un proyecto en este sentido. El embalse del Jándula se creó esencialmente para este cometido.
El río siempre ha sido un espacio unido a la ciudad, suponía frontera, defensa, despensa, ejido para ferias y comercio, ribera de competencias y juegos, regazo festivo y de convivencia. En nuestra tierra donde el calor en verano sofoca, el río propicia un microclima compensador. Pero mientras otras ciudades ribereñas con más o menos posibilidades y recursos hace ya algunos años que comenzaron el acercamiento y hoy es uno de sus importantes atractivos, médula de su personalidad y espacio imprescindible en la agenda ciudadana. Resulta evidente que el Guadalquivir a su paso por Andújar vive en una soledad resignada entre muros impermeables, físicos y peyorativamente mentales. Es un extraño.
Y así nos va, que seguimos a la deriva sin un proyecto cierto de ciudad. Sin una ciudad amable, donde el ciudadano en su encuentro con la misma la perciba natural e identitivamente cerca, cordial y en una simbiosis más armónica (paisaje urbano y natural, climatología, vivencia y recreo). Y lo peor, es que los iliturgitanos nos exigimos muy poco. Gobernarnos debe de ser algo demasiado fácil.
Fotografía del puente "Romano" de Andújar, captada por Cerdá y Rica en el año 1900 extraida de andujarhistorica.blogspot.com.
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