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Cántaros y botijos

Ahora que estamos en plena estación veraniega me han venido a la memoria aquellas piezas de barro tan frecuentes en mi infancia. En todas las casas, especialmente en tiempo de estío, había uno o dos botijos que con su arcilla porosa mantenían el agua fresca y catarlos era una auténtica delicia. Recuerdo aquellas alfarerías de mi pueblo y como los chiquillos íbamos a ver cómo se hacían los cacharros de barro, y de camino, que nos dieran los rotos y defectuosos para nuestros juegos, de los que más de uno, entre los que me encuentro, de vez en cuando salía descalabrado. Los niños éramos más brutos y siempre acabábamos jugando a pedradas a hacer puntería sobre algún botijo. Y si las niñas jugaban a corros donde ir pasándose el cacharro al compás de pegadizas y repetitivas canciones, había épocas donde no había sexos ni edades para estas ruedas. Los juegos de enamorados no se libraban del tránsito a compás del botijo cascado.

ALFREDO YBARRA

Miércoles, 11 de mayo 2016, 06:32

Como digo acercarse a las alfarerías y ver a los artesanos haciendo esa magia en el torno, que de una pella de barro sacaban aquellas ... filigranas de figura tan sumamente sutil y realzada en unas líneas depuradas a través de los siglos, era una verdadera gozada. Recuerdo vagamente ahora cómo le echaban sal a la arcilla para provocar en la volatilización salina de los intersticios del barro la adecuada porosidad de la arcilla que en su propia resudoración, refrescaba la pieza con cierta intensidad muy de agradecer en días de intenso calor.

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