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ALFREDO YBARRA
Miércoles, 11 de mayo 2016, 08:22
Eso repercute en nuestra convivencia y en nuestras relaciones humanas de todo tipo. La medida de la inteligencia no tiene nada que ver con la cultura ni con la acumulación de datos. Se lo leía a José Antonio Marina en una publicación que caía en mis manos, y, esa lectura era eco de otras distintas de las que forman el cromatismo que se ha decantado en mi pensamiento poco a poco a lo largo de los años. La inteligencia para Marina "consiste en dirigir bien nuestro comportamiento. La función de la inteligencia no es conocer. Es ayudarnos a resolver los problemas vitales que se nos presenten. La inteligencia tiene que ser todoterreno".
La verdadera inteligencia tiene que estar asociada al arte de saber vivir. Lo de que el niño es muy listo porque enseguida memoriza los temas del examen, no debe ser columna vertebral en la referencia educativa, y sin embargo aún le damos suma importancia, aunque luego el niño carezca del civismo más básico, no sepa sociabilizarse con los demás, o luego en casa sea un egoísta y un mal criado, por poner un ejemplo.
Las falacias encubren las debilidades de una cultura; por ello compartir falacias es compartir debilidades. Y el problema es que aunque vayamos progresando, caso, sencillo, como el de evolucionar en la concepción de la inteligencia, aún nos cuesta y quien no comparte las falacias sociales se le considera "outsider".
Y podemos encontrarnos falacias de la ética al uso, a nivel del concepto de las instituciones y su papel, la falacia en la vertebración y derechos ciudadanos, en la moralidad, en la racionalidad, en cuanto a la competencia individual y colectiva, falacia en la autoridad, sobre las redes sociales,... y bueno, no acabaríamos en este artículo. Una falacia muy común es hacer una observación de la realidad incompleta o precipitada: "Las riadas se llevan los puentes nuevos, pero no pueden con los puentes romanos.
Es evidente que se hunden los puentes porque no se construye hoy como antaño". Esto sería cierto si los puentes romanos, en general, se mantuvieran en pie, cosa que no ocurre (muchos de los puentes romanos se han hundido), y, por el contrario, los puentes nuevos, en general, se hundieran, lo que tampoco es verdad. Y entre tantos tipos de falacia pongamos otro ejemplo más, que es esa falacia que tenemos muy encarnada, la de confundir nuestros deseos con la realidad. Decía Ovidio que " a menudo doy por hecho lo que sólo es posible". Se trata del cuento de la lechera. Falacias, falacias y mil falacias, de todo color y forma, desde el que predica la honradez pero intenta defraudar a Hacienda porque su dinero puede servir para esto y aquello,...
Fíjense en cómo los mitos nos influyen, se hacen falacias, que pondré un ejemplo sencillo de cómo se pueden incrustar en la identidad colectiva: los colores no tienen sexo, pueden ser primarios o secundarios, colores cálidos o fríos. Sin embargo les hemos puesto sexo y el rosa define la identidad femenina y el azul la masculina. Es un tema muy genérico si quieren, pero que tiene sus intríngulis , porque en el fondo, y a lo que va este artículo de hoy, es que nos dejamos llevar con mucha frecuencia, lo de ejercitar el pensamiento crítico es algo que nos supera mucho. Es más cómodo adormecer la savia de la razón.
Por ejemplo todo el tema de la crisis ¿no es una multiplicación de falacias que llevó a una gran burbuja, que lógicamente hubo un punto en que reventó? ¿Qué le ha pasado a la socialdemocracia del socialismo español? ¿ no ha sido un devenir contra natura, una ilógica separación de sus principios identitarios o de la lógica evolución de éstos? Vayamos a otro punto.
El establishment político está prácticamente absorbido por el dogma neoliberal, algo, por cierto, bastante rentable a nivel personal para muchos de nuestros próceres, pues la gran mayoría de los diseñadores de las políticas económicas, desde ministros a directores generales o asesores, independientemente de su filiación política, proceden y/o terminan trabajando para los grupos de poder, promotores del neoliberalismo. Este maridaje del poder financiero y del poder económico con el poder político vulnera la propia esencia de la democracia, pues supone, en definitiva, la captura del Estado por tales grupos de poder. En fin, ante tanta falacia, ¿quién da respuestas? ¿quién nos abre la puerta a una inteligencia de cambio y creadora que nos lleve a soluciones nuevas para la realidad?.
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