Navidad y conciencia de identidad
OPINIÓN ·
«La Navidad, como decimos, tiene muchas vertientes, pero especialmente nos retrotrae a un universo, como es el infantil»ALFREDO YBARRA
ZAGUÁN
Domingo, 21 de diciembre 2025, 12:36
El hombre desde que es hombre ha tendido a emplazar y repetir las cosas esenciales que le han importado. Ha creado una memoria cíclica de ... su percepción vital, y la Navidad se ha convertido en un gran punto de inflexión social, cultural y espiritual/religioso.
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Y mucho más, las fiestas navideñas son un acontecimiento poliédrico, una hibridación que acoge junto al relato cristiano, origen de esta conmemoración, diferentes añadidos variopintos que la hacen ser un hecho caleidoscópico, un punto y aparte redentor de nuestras rutinas y cotidianidad. En el centro de estos días el espíritu de la Navidad es un profundo fundamento salvador y catártico que nos enseña que los límites de nuestra alma individual y colectiva son inaprensibles.
La Navidad, como decimos, tiene muchas vertientes, pero especialmente nos retrotrae a un universo, como es el infantil (los niños son el corazón de estas fiestas), desplegando la verdadera esencia de la magia, la alegría, la esperanza y la inocencia, donde todos los sueños son posibles. Y así, oníricamente, celebramos y entrañamos la ilusión, la pureza de los deseos, el compartir, el amor familiar, la esperanza, la convicción. Andújar igualmente se suma a este ambiente, aunque no quiere ser verdaderamente consciente de que estas celebraciones (al igual que algunas otras) son muestra de la cultura, de la tradición, de los mitos, de la religiosidad, y por tanto de la identidad.
Balzac fue el primero en considerar a la ciudad como portadora de un lenguaje, de un condicionante de conducta y pensamiento. Por eso hoy la Navidad, la Navidad como un fermento identitario, se manifiesta especialmente en la ciudad. Y es que la identidad compone la cartografía emocional de Andújar, es el pilar de su cosmovisión. Por eso, si la ciudad se desvincula de sus grandes mitos, de su cultura, de sus más significativos referentes históricos, culturales, artísticos, patrimoniales y humanos, de su ecumenismo en tantos aspectos, de su espíritu, de su carácter único, no va a tener un futuro esclarecido, y eso me estremece.
Según el diccionario, la identidad es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. También la define como la conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las demás. Vista así la cuestión, la identidad es una propiedad individual, que abarca una enormidad de dimensiones, como por ejemplo sus valores, creencias, ritos,… A todo esto, como digo, la ciudad subestima su identidad subestima el conocimiento sobre sí misma, y, lo que es peor, es que está construyendo un engañoso perfil identitario, y además muy cerrado.
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Y es que la identidad plenamente acogida nos da las bases para construir el propio y ancho camino a seguir. ¿Qué camino transita Andújar? ¿A dónde va? La ciudadanía poco a poco se deja llevar por la alienación. Muy pocos andujareños cultivan la memoria y la identidad que conforman el relato de su ser. Personajes, hechos, hitos de diversos ámbitos, cantes, bailes, gastronomía, obras artísticas, artesanía, un deje singular; sentires liminares convertidos en ayes, quejidos o júbilo,… patrimonio en general. Todo es una bruma que no queremos despejar.
Pero como todo es posible en estos días, que esa metáfora del sol 'invictus', sol que nace para los cristianos en la figura de Jesús, germine entre nosotros y Andújar se conmocione profundamente desde una luminosa epifanía. Y entonces la ciudad pueda reconocerse y entenderse, y, así, proyectarse. Estos días son propicios para ello, para que la identidad de Andújar nos inunde, como en un sunami hecho sahumerio que nos arrebate el corazón, e ineludiblemente sintamos la sangre llamando a los fértiles huertos.
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Tiempo, sí, de sentir la voz guardada de la andujanía, de sentir la calidez de las tahonas antiguas cuando acompañábamos a nuestras madres a hornear las perrunas, mantecados y los roscos de aguardiente. Tiempo de revivir un misterio inconmensurable, donde no faltaba ninguno de nuestros seres queridos, mientras entonábamos aquel Villancico de Gloria que cantaba el andujareño Rafael Romero: «La Virgen quiso sentarse/ al abrigo de un olivo/ y las hojas se volvieron/pa ver al recién nacido (…)». Ojalá la quimera se transforme en realidad y Andújar tenga conciencia de lo extraordinario de su identidad. La Navidad nos invita a ello y como Chesterton escribía: «Eso es lo mejor de la Navidad, que es una felicidad sorprendente e inquietante, un consuelo incómodo».
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