Una estética para la ciudad
OPINIÓN ·
Hay lugares que son modelos fascinantes por su privilegiada ubicación, por su callejero medievalOPINIÓN ·
Hay lugares que son modelos fascinantes por su privilegiada ubicación, por su callejero medievalALFREDO YBARRA
EL ZAGUÁN
Domingo, 20 de septiembre 2020, 17:35
Inherente al ser humano es experimentar una necesaria atracción hacia la belleza y cualquier representación de lo bello. Es algo instintivo que discernimos de distintos modos, también en nuestro hábitat cotidiano. Luego, poco a poco, la cultura, el devenir, la memoria, hacen que este sentimiento evolucione y se racionalice haciendo que en nuestras percepciones influyan distintos factores, especialmente socioculturales que son propios de nuestro coexistir.
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Centrándonos en nuestro pueblo, en nuestra ciudad, cuando caminamos contemplativamente por sus calles se manifiestan detalles, formas, imágenes, evocaciones, sonidos, olores, pálpitos, revelaciones, susurros, pasadizos secretos, destellos, que nos impulsan a encantarnos con ciertos lugares, señalados rincones, determinadas calles o plazas: un simple voladizo, una reja, las macetas de un balcón, el duende del nimbo nocturno de ese patio, la reverberación y el eco contra aquellas paredes, el borboteo de la fuente. El escritor granadino Ángel Ganivet, escribiendo unas reflexiones sobre Granada, sobre sus bellezas y los desmanes arquitectónicos y urbanísticos, y sobre cómo profundizar en sus atractivos dijo: «Para entendernos, diré sólo que este arte nonnato puede ser definido provisionalmente como un arte que se propone el embellecimiento de las ciudades por medio de la vida bella, culta y noble de los seres que las habitan». Toda una definición que deberíamos grabarnos a fuego.
Hay lugares que son modelos fascinantes por su privilegiada ubicación, por su callejero medieval, o por la cantidad de sus edificios monumentales o la grandiosidad de los mismos, por ejemplo. Pero también hay otros pueblos y ciudades que sin tener especialmente las anteriores condiciones tienen magia, seducen con un aliento especial, magnético. Y es precisamente esa ciudad de la belleza, del brillo armónico, la que sabe estar y avanzar desde un humanismo repleto de pormenores, de sutilezas, de ideales estéticos que en definitiva entusiasma, la que persigo. En la Atenas de Pericles, que alentó una vida más culta y vivible en la urbe, los aspirantes a ciudadanos debían declarar, con juramento incluido, que transmitirían una ciudad más bella y mejor que la que a ellos se les había legado. Esa era la condición necesaria para adquirir la categoría de verdadero ateniense. Se trataba de comprometerse con los ideales que definían a la polis, involucrándose en la defensa de deberes cívicos al respecto. ¿Dónde han quedado aquellos compromisos, aquellos ideales?
La estética y la belleza, el universo instruido, nos hacen mejores como seres humanos y aunque desde hace tiempo lo estemos negando con nuestro proceder, juegan un papel importante a la hora de definir una ciudad. La belleza de un lugar contribuye a dar mayor identidad y cohesión a su ciudadanía, provoca un ideal, 'amor por lo nuestro' y suscita en la sociedad un deseo de pertenecer y cuidar el lugar en el que se convive. Por esto la belleza es un derecho en las ciudades, pero a la vez es el resultado de nuestra formación personal y nuestra vida comunitaria. Una comunidad con valores sabe dar armonía al lugar. Pongo un ejemplo muy burdo pero fácil de visualizar y extensible a muchas actitudes, a muchos detalles que para quienes se mueven en la sensibilidad, son esenciales. Podemos rehabilitar un monumento y ponerlo en el folleto turístico de nuestra localidad con toda clase de parafernalia, pero luego dejamos una señal de tráfico justo delante de la fachada, o unos cables cruzando su espacio inmediato. Decía Albert Camus que, para los griegos, los valores eran anteriores a toda acción, y marcaban, precisamente, sus límites. Nosotros, en cambio desfiguramos la ciudad en nombre de su progreso.
Además de crear el adecuado orden social y político, es fundamental una buena 'educación ciudadana, una sensibilidad estética y del buen gusto. Eso se llama madurez. El poeta Giuseppe Ungaretti escribía: «Conozco una ciudad/ que se llena de sol cada día/y todo lo absorbe ese momento». Esa es la idea de habitar la belleza que persigo, y donde estética y ética son dos caras de la misma moneda en la concepción de la ciudad.
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