DOMINGO DE RAMOS
OPINIÓN ·
«Se abre el telón de la Semana Santa, que viene a agitar tanto a la grey devota como a toda a la gran mayoría de la población en su diversidad de certidumbres, creencias y secularismos»ALFREDO YBARRA
ZAGUÁN
Domingo, 28 de marzo 2021, 15:01
Hoy es Domingo de Ramos, un acontecimiento acentuadamente coloreado de grana en nuestro calendario, y que se encarna en el devenir sociocultural y religioso, con una especial significación. Se abre el telón de la Semana Santa, que viene a agitar tanto a la grey devota como a toda a la gran mayoría de la población en su diversidad de certidumbres, creencias y secularismos. Fundamentalmente es la conmemoración cristiana anual más importante rememorando la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. En la actualidad es un gran poliedro de acendrada raíz y caras para todos los gustos. Sin embargo para una gran mayoría de personas el Domingo de Ramos es un territorio de simbolismos y memoria, sobre el que escribió Proust. En la evocación personal, este día adquiere un rango mayor y a todos nos afloran recuerdos y sensaciones, que entonces eran imprevistas, junto a esa brisa de los efluvios primaverales, que abría paso a una ciudad que, poco a poco, transitaba de los tonos sepia a un incipiente colorido.
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Palmas y colgaduras en algunos balcones. La alegría de estrenar unos zapatos o un 'saquito', que ya se sabe lo que dice el refrán, que en el «Domingo de Ramos, el que no estrena no tiene manos (está la variante de: ...no tiene manos o no sabe coser)». Proviene el aforismo de considerar esta fecha como la celebración del comienzo de la primavera junto a la jubilosa entrada de Jesús en Jerusalén. Se aprovechaba para lucir las mejores galas, e incluso, estrenar ropa de la nueva temporada. El popular refrán, viene a significar que antiguamente se decía que quien no tenía manos, no tenía trabajo, o no sabía coser, y por tanto era considerado tan pobre que no podía estrenar.
El Domingo de Ramos era, es, la puerta a unos días que acarrean un agua de lejanas alcubillas que cimientan un andamiaje común de caudales y contraluces. Pensemos que antes de estas celebraciones cristianas ya las pretéritas comunidades que buscaban respuestas a tantas preguntas de su existencia, al llegar la primavera, la celebraban con una serie de rituales que en una sustancial medida ha heredado la Semana Santa (que formalmente se instituye en el siglo IV).
Y aunque ahora, la Semana Santa sigue teniendo la misma articulación que antaño, surge hoy un halo de nostalgia, del niño, que fuimos, deslumbrado por unas expresiones sociales y religiosas que venían a englobar el simbolismo arquetípico de nuestro vivir. Era una salva tras el invierno, el abrirse de la gente, de las casa, de las calles, a una ungida palpitación de preñada expiación. Llegaban unas jornadas de luces y sombras consteladas. Para los que salían de nazarenos (muy unido a los gremios y a la tradición familiar) mágico era el rito de sacar las túnicas y prepararlas con mimo, y encargar el capirote de cartón.
Aquella celebración con el ramo en las manos. Aquellos ecos de púlpitos eclesiales y civiles. Las largas filas de fieles ante el confesionario para poder cumplir con la obligación de comulgar por Pascua florida. Los espectáculos, los cines, se cerraban en los días del triduo sacro. Ver los pasos, el retumbar de tambores, las mantillas, los nazarenos, el arrodillarse ante el 'monumento',….Azahares, azucenas, incienso, el olor de la cera,... El sahumerio de la Semana Santa. Los oficios y sus sacras manifestaciones. Y aquellas procesiones que guardaban tanta idiosincrasia del pueblo. Las hermandades y sus procesiones aún no se habían dejado abducir por la moda del universo hispalense.
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Es Domingo de Ramos, Semana Santa, en un mundo de enardecimiento de la religiosidad popular, de mucha frivolización en todos nuestros contextos, de vehementes apegos. Me viene a la memoria lo que en Tristes Trópicos dice Claude Levi-Straus: «La oposición entre lo sagrado y lo profano no es ni tan absoluta ni tan continua como muchas veces nos complacemos en afirmar» Por segundo año consecutivo la vírica marea desmantela todos los actos públicos de piedad popular vinculados a la Semana Santa. Habrá, sí, algunos actos y cultos en templos. Todos los impedimentos que nos trae la pandemia, en el fondo, son una llamada a vivir este tiempo de anhelos caleidoscópicos con otra percepción, con una procesión interior. Hagamos caso a Machado y este año más que nunca cantamos al Cristo que anduvo en el mar.
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