
Una ciudad alentada
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«Creo que Andújar debe sentir y puede vivir: discernir y revelar su verdad más profunda, un ver claro su camino»ALFREDO YBARRA
ZAGUÁN
Sábado, 6 de enero 2024, 19:46
De los pasados días tengo aún el olor a tierra mojada, ese efluvio que es la humuvia, que hace que la tarde se ensanche en mi aliento. Esa atmósfera deja un olor de ascua en el frío y espíritus rosados, malvas, azules, amarillos, me acercan una atardecida repleta de palabras que como abejas liban mi alma. Y siento el corazón, como dice, Juan Ramón Jiménez, como un rosal sin nieve. ¡Es año nuevo! Y dado que celebramos la convención de que comienza un ciclo, un tiempo nuevo, pensando en esta ciudad de cielos cuajados de fulgurantes oropéndolas y de señeros devenires; como también olvidadiza, que es Andújar, necesito sentir que es capaz de otras narrativas, de otro relato, que cuenta con un propósito.
Quiero pensar que en ella brota el ánimo para traspasar esas fronteras con anteojeras que tácitamente se impuso, que cuenta con la intención de tener un objetivo, un objetivo verdaderamente asombroso y admirable, de anchurosa perspectiva, alejado de las miradas cortas. La ciudad es cuantiosamente más de lo que en muchas ocasiones falsamente consideramos como su Sanctasanctórum, lo más sagrado de la identidad local. La esencia de Andújar, la andujanía, es amplia, honda y ricamente cardinal y como decía hace unas semanas, no es excluyente sino inclusiva y cosmopolita. La fiesta de los Reyes Magos que acabamos de celebrar, coincide con la de la Epifanía, que simboliza el momento en que Jesús se da a conocer. Pero el término epifanía da más de sí y significa revelación, descubrimiento, la manifestación de una verdad secreta. La conversión de Pablo de Tarso, cuya peripecia vital merece no sólo historiarse más sino novelarse más, en la interpretación simbólica donde un resplandor le hace 'caer por tierra', se conmemora como un acontecimiento similar a la Epifanía, hecho que los orientales llaman iluminación y los occidentales 'ilustración', que equivale a ver claro.
Pues eso es lo que hoy, con este año aún en ciernes, creo que Andújar debe sentir y puede vivir: discernir y revelar su verdad más profunda, un ver claro su camino. Hay una frase de la actriz Judy Garland, tan reconocida por su interpretación en el Mago de Oz, que se puede aplicar a la ciudad iliturgitana en su relato, en sus propósitos, que desde hace ya tiempo unos se ha disipado y de otros anda vanagloriándose con verdadera fruición en la búsqueda de su mismidad: «Sé siempre una versión de primera clase de ti misma, en lugar de una versión de segunda clase de otros».
El propósito es una necesidad humana universal. Sin él, nos sentimos carentes de sentido y felicidad. Decía Aristóteles que sólo hay una fuerza motriz: el deseo. Y esa fuerza motriz que es la que verdaderamente sabe vencer la indecisión, y la pusilanimidad nos debería motivar en este tiempo renovado. Hablando de la ciudad el propósito se fundamenta en actitudes unidas a la narración discernida de sus profusos fundamentos (historia, tradición, mitos, ritos, patrimonio en infinidad de sentidos; en definitiva su cultura) un relato que define nuestra identidad, nuestro pensamiento colectivo, nuestro horizonte. La ciudad es, de hecho, la representación del alma colectiva, la encarnación de nuestros miedos y anhelos. Es momento para su epifanía. A veces olvidamos lo prioritario, las fundamentales necesidades y nos quedamos en lo secundario. ¿Somos capaces de custodiar el alma y la gran historia de la ciudad? ¿Estamos desvistiendo la plural y poliédrica trascendencia de Andújar? «Dado que todo ser humano, por el hecho de nacer, es un initium, un comienzo, un recién llegado, los seres humanos son capaces de emprender iniciativas», señala la filósofa Hannah Arendt en La condición humana (Paidós, 2016).
Necesitamos los propósitos para iniciar un proyecto nuevo de ciudad, un proyecto asentado en la abundancia de su relato, repleto de hechos, y de historia liminar; de logros, de personajes de toda índole y condición que frisaron altas fronteras, de patrimonio artístico y artesanal, arquitectónico, gastronómico, etnográfico,… Un relato que cuenta con un enorme caudal de ideas, de sentires, de valores, de mitos y ensueños, torneados desde un perfil propio y, genuino.
Y es que, en cada ciudad, hay, aunadas, una ciudad interior y una ciudad externa, una ciudad visible y una ciudad invisible, una ciudad histórica y una ciudad mítica, una ciudad real y una ciudad imaginaria y utópica, una ciudad poética y una ciudad prosaica, una ciudad palpable y una ciudad virtual, una ciudad de ladrillo, cristal, hierro y hormigón, y una ciudad de tinta. La humuvia, como un deseo, como una promesa, como un misterio sacro, impregna las esquinas de esta tarde donde la luz del invierno es una lumbre en mis nevados labios.
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