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POSTAL ANTIGUA DE LOS JARDINES DE COLÓN. A, Y.
Canícula y sentido común

Canícula y sentido común

OPINIÓN ·

«Andújar y el calor son una unidad indisociable en estos meses veraniegos»

ALFREDO YBARRA

ZAGUÁN

Lunes, 22 de julio 2024, 19:29

El verano es un tiempo pantagruélico y luminoso. Cuando el verano aprieta, todos lo saben, las prístinas campanas del pálpito andujareño tocan a rebato. La ciudad gira sobre sí misma: los días juegan a la rayuela buscando los momentos amables entre pretiles ardientes. La luz desparramada y profana de los días estivales invita a desahormarnos, a birlar por arte de birlibirloque el orden de los naipes de las rutinas.

Las noches llaman a buscar más allá de las estrellas la constelación con nuestro nombre y nos animan a empuñar la brasa del deseo, a acariciar la redondez sagrada del amor. La canícula reclama su reino en nuestros arcanos lares de curtida piel y henchido espíritu, entre las faldas de Sierra Morena y el valle de ese río Guadalquivir, sabio, que en estos días de hálito irreverente entorna sus plateados párpados, mientras el repetido sonsonete de las chicharras rechina entre las sagradas piedras. De nuevo el tozudo calor, con sus momentos de clímax sofocantes nos espesa la energía y las entendederas.

El verano canicular en nuestra tierra es un clásico al que cada vez se acostumbra uno menos. Cuando el estío se empecina, es el momento de adentrarse en esos espacios a los que no estamos habituados el resto del año, es la coyuntura perfecta para despejarnos de muchas rutinas, para desabrocharnos la camisa, para desatarnos los cordones de los zapatos, para desembarazarnos de la costra que se ha encallado en nuestra piel y en el forro de nuestros adentros.

Andújar y el calor son una unidad indisociable en estos meses veraniegos. Se palpa que hay una dicotomía con la población histórica. Desde hace bastantes décadas nos cegamos por el constructivismo desaforado. Ahora nos damos cuenta de que aquí y en tantas y tantas partes, hemos deshumanizado la ciudad con una inmediatez constructora en favor del tráfico extremado, con edificaciones y con un urbanismo que no se han amparado en nuestra tradición y nuestra historia, sino que se ha levantado a empellones, rompiendo drásticamente con ellas, sin ser conscientes de que gran parte lo que hemos construido se revela contra nosotros.

La arquitectura que da la espalda a las raíces ha ido convirtiendo las ciudades, las grandes y medianas poblaciones en islas de calor. Unas nuevas perspectivas arquitectónicas y urbanísticas, cambios de usos en los núcleos urbanos y en su contorno, el tráfico, el cambio climático,…, grosso modo, hacen que en la torridez veraniega Andújar sea una estufa mayúscula. Los aires acondicionados, la refrigeración industrial, calles alquitranadas, unas edificaciones nada apropiadas para este lugar de ardorosos estíos. Luego, a lo largo de las décadas, desde el desarrollismo de los setenta del siglo pasado con los intereses de los de siempre y las grandes mentes pensantes de algunos gobernantes, propiciaron actuaciones que se revelaron como la panacea del progreso y el no va más del urbanismo. Ahí queda ese gran desmán que fue destrozar la judería para abrir la avenida Doce de agosto.

Cuántos ejemplos podríamos señalar de desmanes que laminaron que la ciudad dialogara con su fisonomía más identitaria, de acuerdo a su historia, a su patrimonio, a su etnografía, a su clima, a su ser. ¿Qué hicimos con un casco antiguo de calles estrechas, con sombra, y frescas? ¿Cuántas nobles edificaciones, hechas con aquellos muros gruesos, algunos con atrios, patios y plantas, destruimos? ¿Dónde quedan aquellos espacios tan significativos: hostales y fondas de impar construcción, conventos, camping, cines y cines de verano, casas palaciegas,…, en los que en su solar se levantaron «modernos» edificios de pisos sin pensar en crear algún tipo de «oasis» amables para el ciudadano?. Recuerdo cómo con el añorado Antonio González Orea hablábamos apasionadamente de que a base de olvidarnos de los altozanos, de los patios floridos, de fuentes de frescura sonante salpicadas entre el caserío, de los parterres, del río y del puente –qué gran pulmón de Andújar-, de un urbanismo y una arquitectura propios, estábamos haciendo una ciudad fea. ¿Qué decir de aquellos empedrados y adoquines de nuestras calles? Llegaron el cemento y el hormigón a mansalva, los materiales poco naturales, esos asfaltados,….. El poner muros a lo liviano. No hemos sabido aprovechar en nuestro urbanismo ciudadano, de algún modo, ese altar interior de aguas freáticas que la ciudad atesora; y me acuerdo cuando las calles se regaban obsequiosamente en verano. La propia forma de vivir hacía que los vecinos regaran sus puertas, abrieran sus casas al anochecer para sentarse y charlar junto a la serviguera (cómo recuerdo aquellas moñas de jazmines que con tanta gracia se ponían las señoras) dejando aflorar el frescor de sus portales de loza gruesa requetefregados y el mágico efluvio de los patios bien remojados donde rumoreaban limoneros, naranjos, jazmines y dama de noche, geranios con su variante de las gitanillas, y las pilistras. Y un extrarradio de huertas cuyo frescor era un grato susurro.

Hemos «progresado» mucho, hemos construido algunas zonas verdes, hemos hablado mucho de estrategias ciudadanas. Pero seguimos aún de espaldas a la ciudad de vívida plenitud. No hemos sabido mantener un fructífero diálogo con nuestras raices, y seguimos sin hacer mucho caso al sentido común.

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