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BRAMIDO DE UN CIERVO EN SIERRA MORENA. JAVIER MILLA
Bramidos en la sierra

Bramidos en la sierra

REPORTAJE ·

«La berrea es la gran ceremonia, el estremecedor acontecimiento, que en estos montes y dehesas refulge desde tiempos pretéritos»

ALFREDO YBARRA

ZAGUÁN

Lunes, 7 de octubre 2024, 14:34

La semana pasada tuve la oportunidad, y la inmensa suerte, de adentrarme entre los arriscados parajes de la Sierra de Andújar, y lo mejor, acompañado de unos buenos y versados amigos conocedores de este deslumbrante espacio natural. Es la época de la berrea del ciervo, que especialmente ocupa desde septiembre hasta mediados de octubre, aunque si ha habido bastante lluvia que garantice suficiente alimento su plenitud se alcanza al desplegarse el otoño.

La berrea es la gran ceremonia, el estremecedor acontecimiento, que en estos montes y dehesas refulge desde tiempos pretéritos. En esta época de celo los ciervos se exhiben y el boscaje se llena con sonidos excitados. Se inicia la berrea y los machos elevan sus corvas poniendo a prueba su bizarría en medio de una lucha encarnizada, que se resuelve ante el harén de hembras atentas al combate. El vencedor será el paladín que merecerá cubrirlas y marcar territorio como macho dominante hasta los desafíos del próximo año.

En las primeras horas del día, y al llegar el crepúsculo y la noche, en medio de una atmósfera expectante, trasciende todo el monte. Aquí, y allá, en la espesura, junto al agua del río y de los riachuelos, en los rasos, se escucha el chasquido del entrechocar de cuernas, mientras un imponente resonar de broncos bramidos, que se llaman y responden, se cuela entre los boscajes de encinas, alcornoques o quejigos, entre espesuras de chaparros, lentiscos, y jaras. Cuando el cielo se embebe con la luna madura el espectáculo de la berrea adquiere un temblor casi espiritual.

En esos momentos donde toda la sierra es un inmenso otero de polifonías, un exento templo donde se celebra una sacra comunión con toda la creación, sentí el simbolismo del ciervo en aquel salmo: «… Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, Dios vivo, el alma mía». Y recordé a San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual: « ¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido?/ Como el ciervo, huiste, /Habiéndome herido…». Si Juan de Yepes nos dice que fue tan alto, tan alto que le dio a la caza alcance, no se refiere a la paloma terrenal sino al ciervo profundo, inalcanzable y volador.

La sierra de Andújar desde tiempos remotos ha sido privilegiado regazo para una fauna de larga nómina. Ya el rey Alfonso XI (1311-1350), en su Libro de la Montería, hace referencia a los bosques y a la abundancia de ciervos y jabalíes que entonces había en las sierras de Andújar. La montería, una de las modalidades de caza más exclusivas de cuantas existen, tiene su origen en estas tierras alrededor del siglo XII, cuando los señores feudales hacían controles anuales de las poblaciones de animales salvajes que habitaban sus territorios. Miguel Delibes comenta en su libro «El cazador», que la caza en las postrimerías del siglo XIX no había pasado todavía de ser una reminiscencia feudal, y habla en concreto de esta clase elitista de caza mayor donde solo pueden concurrir la gente con altas capacidades económicas porque son los que pueden permitirse varios días de asueto en la sierra y los caros desplazamientos en tren, carruajes y caballerías hasta el lugar de la montería. Nos habla de que en esta época no operan en el campo sino dos tipos de escopetas: las ilustres -aristocráticas, militares, políticas- y las llamadas negras, esto es, las de los asalariados y furtivos.

En la actualidad, se contabilizan en el Parque Natural y su aìrea de influencia un total de 60 cotos de caza mayor que ocupan una extensioìn de 113.061 hectáreas. Desde El Burcio del Pino, el lugar más alto de estos parajes, en la zona de la Sierra de Quintana, junto a la lindera Sierra Madrona, formidables y estremecidos atalayones rocosos, se extienden hacia el sur míticos santuarios cinegéticos: Valdelagrana, El Risquillo, Fontanarejo, Montealegre-Rosalejo, Los Alarcones, Los Escoriales, Cabeza Parda, Nava el Sach, El Horcajuelo, Lugar Nuevo, Contadero-Selladores, Sardinas, El Gorgogil, La Virgen….

En el cerco de los montes los labios de la atardecida descifran los versos del poeta cordobés Pablo García Baena: «Las ciervas ramonean acebuches/ y está la brama resonando fiera, / en el fragor del monte su sollozo. / El venado de sombra taciturna/ alza la cuerna como un candelabro/que incendiara de celo y oro el bosque.» Y en medio de esta prodigiosa sinfonía sensitiva también en estos días los gamos agitan su celo con la ronca y los desafíos de los machos; y pronto serán los muflones, y por Quintana, las cabras montesas.

Pronto llegará el agua nueva a los arroyos y regatos, las bellotas han llegado a su madurez para servir de sagrado maná para muchos habitantes de la sierra. Atraviesan el cielo oleadas de migradoras invernales, como patos, garzas, zorzales o currucas. Y los ánsares y las grullas, que se anuncian a trompetazos.

Pronto los breñales dejarán sentir una desazonada excitación. Estarán el cochino sorprendido, el venado nervioso, el lince esquivo y altivo, y el buitre oteando lo que otrora era la aventura venatoria y hoy es sólo un episodio sin disyuntiva. Dentro de pocas fechas en estos pagos serranos comenzarán las monterías. Mientras tanto, altivos y egregios, proclaman los ciervos su sexo candente entre los mirtos, demorando sus lágrimas, regalándonos con su veloz lentitud los astros de su brama. Y los cerros mirra pura y sagrada exhalan.

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