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Esta espinita de sentires

Esta espinita de sentires

 

ALFREDO YBARRA

Miércoles, 11 de mayo 2016, 07:30

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Todos los años me pasa igual. De pronto y de forma vertiginosa se presenta la Romería con todo su contexto, sus brisas, sus aromas, de golpe. Es una instantánea embalada que nos llega y nos dice: "¡Ya estoy aquí!", sin casi darnos cuenta de que nos llama y nos convoca. Y al margen de carteles que llenan los escaparates de actos, presentaciones y reuniones bebederas con el epígrafe romero; además del pórtico, pregones y programas oficiales, la Romería me gusta, o mejor dicho me recoloca, me reconforta y me hace renacer en identidades muy privativas. Es algo muy íntimo, porque representa mucho de mí mismo y del sentir la andujanía.

Es algo identitario que nos revela un espacio infinito, nuestro propio universo sempiterno. Por eso a cada cual le evocará y le revelará planos distintos, aunque, todos con unas referencias comunes. Unos olores, un tacto, unos signos, unas melodías, unos sabores, emociones, miradas diversas, sentimientos, recuerdos. ¡Ay! cuántas esencia concentrada en esa pátina que envuelve estos días abrileños. Por eso hoy quiero despertar a esa Romería, la de cada uno de nosotros, que perfuma nuestro espíritu y reverdece la arcilla de la que está hecha nuestra alma. Es momento de las aguas despiertas. No hay lugar para elucubraciones estériles y plúmbeas, para ese cielo turbio que tantas veces dibujamos para nuestra Andújar.

Todos llevamos dentro nuestro pueblo inmortal. Lo que se necesita es activar el resorte de su fragua, para que crezca en nosotros su savia y su símbolo. Y estos días ponen en marcha ese interruptor que nos espolea un universo que carga de sentido nuestro ánimo y marca el norte de la brújula de nuestros tuétanos. Y como digo, no me refiero a la Romería de los actos y gestos mayúsculos. No, me refiero a la Romería como espita de un océano de sentires unívocos e inmarchitables entre la ciudad y nosotros. Tal vez pueda ser la evocación del sabor del cañadú infantil; o de un hornazo que hacía nuestra abuela. O el recuerdo de aquella pelota de goma con colores simétricos que vendían los puestos callejeros; o de aquella foto familiar en el "Mercao". Acaso sea la nostalgia del perfume de las celindas camino de la Ofrenda, la remembranza de aquel viaje al Santuario en camión.

Puede que sea la memoria de los coches que certificaban su romerismo con ramas de jara y romero, de las miradas de aquellas niñas (¿o era la tuya hacia ellas?) en la Entrada de Cofradías. Tal vez sea que ahora en estos días nos asalta aquel estado de fragor cuando echaban en las calles la arena y colgaban las banderas. No sé. Pero estos días el cielo se me hace nuevo y la vida me sabe a pasión por mi pueblo interior.

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